Queridos hermanos en el episcopado: Sr. Obispo de Santander y Sr. Obispo emérito de Córdoba. Sres. Rectores del Seminario Metropolitano de Oviedo, del Seminario diocesano misionero Redemptoris Mater de Oviedo, del Seminario Monte Corbán de Santander, del Seminario de la Asociación Pública de Fieles Lumen Dei. También nos acompañan los seminaristas de la Diócesis de Jinotega (Nicaragua) Sres. Directores del Centro Superior de Estudios Teológicos, del Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Melchor de Quirós, del Instituto de Teología y Pastoral San Juan Pablo II. Sr. Decano de la Facultad Padre Ossó. Profesores, alumnos, personal no docente. Amigos y hermanos: que Dios llene vuestro corazón con su Bien y acompañe vuestros pasos por los caminos de la Paz.
Tiene una cualidad el Maestro de Nazaret, nuestro Señor Jesucristo, que una vez que entra en nuestra vida y su Palabra aparece como la referencia más importante de nuestros pasos, y su Presencia como la compañía ineludible de nuestra andadura humana y creyente, jamás dejamos de ser sus discípulos. Él siempre será nuestro Maestro, nosotros siempre seremos sus discípulos. No hay una materia que una vez aprobada queda relegada a nuestro olvido, porque la materia en cuestión tiene que ver con la entraña de la vida en donde se juega nuestra razón, nuestra libertad y nuestro afecto. La materia sabe a bienaventuranza bendita, representa un don tan regalado como la gracia misma, y siempre nos tendrá en el aula de cada día ante la Belleza, la Bondad y la Verdad que propiamente nos unen a los santos y sabios que en el mundo han sido.
Somos discípulos de un tal maestro y esto es bueno actualizarlo cuando nos disponemos a abrir un nuevo curso académico en nuestros centros de estudio: el Instituto Superior de Teología, el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Melchor de Quirós y el Instituto de Teología y Pastoral San Juan Pablo II. Este año debemos dar gracias al Señor por la perseverancia de los seminaristas que entrasteis hace un tiempo, y por los 4 nuevos del Seminario Metropolitano de Oviedo, los 3 del Seminario diocesano misionero Redemptoris Mater de Oviedo, los 3 del seminario Monte Corbán de Santander, y los 2 del Seminario de Lumen Dei. Estos doce nuevos hermanos son una bendición de Dios que deseamos saber agradecer con humildad y tanta esperanza.
Estamos celebrando la misa votiva del Espíritu Santo. Hacemos de esta jornada un pequeño pentecostés donde con María, la Reina de la Sabiduría, aprendemos a esperar el don prometido por Jesús en el marco de aquella Última Cena, como hemos escuchado en el Evangelio que nos acaba de cantar el diácono: «el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26). Porque nuestra experiencia personal y la experiencia de la larga historia de la Iglesia, nos dice que somos mendigos de ese don que Jesús nos prometió. ¡Cuántas cosas nos cuesta entender! E incluso de aquellas que hemos entendido… ¡cuánto nos cuesta no olvidar! Para eso envió Dios al Espíritu prometido: para enseñar y recordar. Es lo que hizo María en aquella mañana de Pentecostés con aquel grupo de discípulos acobardados que estaban encerrados en sus puertas y ventanas por dentro y por fuera.
Pero llegó el viento huracanado del Espíritu divino y las abrió de par en par: las puertas y ventanas interiores, y las exteriores de aquel Cenáculo. Y los que a duras penas sabían orar como conviene acogieron con magnanimidad las llamas que se posaron sobre sus cabezas cambiando con su fuego aquella humanamente comprensible circunstancia: del temor asustadizo, al ardor apostólico de quien anuncia la Buena Noticia en todas las lenguas; de la trinchera de quien se esconde o se fuga, a la disponibilidad abierta a todas las fronteras. Era el Espíritu Santo que traía la memoria de lo que dicho por Jesús se había olvidado, y que ponía sabiduría en lo que mostrado por el Señor no se entendía. Esta es la gracia que pedimos hoy nosotros al comienzo de nuestro curso académico.
La teología forma parte de la formación que deseamos para nuestros jóvenes seminaristas y cuantos frecuentan las aulas de nuestros centros docentes. Bien sabemos que la vida tiene otros cauces y desafíos, a los que también queremos dar respuesta con un adecuado acompañamiento integral, cuando hablamos de la vida comunitaria, la maduración espiritual, la integración eclesial en el ámbito diocesano, la propia humanidad con sus retos en el mundo del afecto, de la libertad y del equilibrio psicológico. Pero la teología es una cita importante en nuestro tiempo de seminario, junto con la filosofía y otras ciencias auxiliares. Lo ha recordado bellamente el Papa León XIV en un reciente discurso a la Pontificia Academia de Teología. Vale la pena leer un párrafo de esa intervención por su hondura y belleza:
«La teología es, ciertamente, una dimensión constitutiva de la actividad misionera y evangelizadora de la Iglesia: tiene sus raíces en el Evangelio y su fin último en la comunión con Dios, que es el fin del anuncio cristiano. Precisamente porque se dirige a todas las personas de todos los tiempos, la obra de evangelización se ve constantemente interpelada por los contextos culturales y requiere una teología «en salida», que combina el rigor científico con la pasión por la historia; una teología, por tanto, encarnada, impregnada de las penas, las alegrías, las expectativas y las esperanzas de la humanidad de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. La síntesis de estos diversos aspectos puede ser ofrecida por una teología sapiencial, siguiendo el modelo de la elaborada por los grandes Padres y Maestros de la antigüedad, que, dóciles al Espíritu, supieron conjugar fe y razón, reflexión, oración y praxis. Significativo, en este sentido, es el ejemplo siempre actual de san Agustín, cuya teología nunca fue una búsqueda puramente abstracta, sino siempre fruto de la experiencia de Dios y de la relación vital con él… Si Agustín comenzó este camino con una impronta existencial y afectiva, partiendo de la interioridad y reconociendo la «Verdad que habita en nosotros», Santo Tomás de Aquino lo sistematizó con las herramientas de la razón aristotélica, construyendo un puente sólido entre la fe cristiana y la ciencia de todos, entendiendo la teología como una sabrosa scientia, es decir, sapientia… El teólogo es una persona que vive, en su propia labor teológica, el celo misionero por comunicar a todos el «conocimiento» y el «sabor» de la fe, para que pueda iluminar la existencia, redimir a los débiles y excluidos, tocar y sanar la carne sufriente de los pobres, ayudarnos a construir un mundo fraterno y solidario y llevarnos al encuentro con Dios» (Papa León XIV, Discurso a la Pontificia Academia de Teología. 13 sept. 2025).
Estas palabras del Santo Padre, que os invito a releer, encuadran nuestro trabajo como profesores y alumnos, pidiendo al Espíritu Santo esta sabiduría que nos hace y nos hará luego apóstoles desde el ministerio sacerdotal o desde la vocación que cada uno haya recibido en la Iglesia. Deseo de corazón que el Señor sostenga vuestra esperanza y que María acompañe vuestro itinerario formativo.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo