Acción de Gracias 50 aniversario Mons. Gabino Díaz Merchán

Publicado el 12/09/2015
Share on FacebookTweet about this on TwitterEmail this to someonePin on PinterestPrint this page

Eucaristía Acción de Gracias 50 aniversario consagración episcopal, Mons. Gabino Díaz Merchán, arzobispo emérito de Oviedo 


Catedral de Oviedo, 12 de septiembre

 

Queridos hermanos en el episcopado, Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos; Señor Secretario General de la CEE y Vicarios generales, hermanos sacerdotes y diáconos, miembros de la vida consagrada, seminaristas y fieles laicos. Querida familia de D. Gabino. Amigos y hermanos en el Señor: que el Buen Dios y su Madre bendita sostengan siempre vuestros pasos en el bien y llene de paz vuestros corazones.

El tiempo es siempre un reloj que marca las horas de nuestra biografía. No hay tiempo sin un espacio que dibuja ese paso de los días y que no admite ni pausa que nos detenga ni quimeras para vivir fantasías. Una vida es sencillamente eso: lo que en un espacio de vida se ha ido expresando en el tiempo de cada día. Estas dos coordenadas con precisión humilde y tenaz describen nuestras luces y nuestras sombras por donde hemos ido paseando nuestros sueños, nuestros contratiempos, los sobresaltos que nos dislocaban y las bonanzas que nos bendecían. Metas que hemos podido ver realizadas y cumplidas, o aquellas otras de las que nos quedamos lejos casi en el punto de partida. Amores que han llenado el corazón de gozo o temores que han intentado arrugar el alma. ¡Cuántas cosas suceden en una larga vida!

Querido Don Gabino, es hermoso este momento largamente esperado de poder junto a Vd. dar gracias por todo y por tanto en estos 50 años de obispo como sucesor de los Apóstoles. Allí y entonces comenzaba una historia no escrita todavía. Como siempre nos sucede cuando somos llamados a lo que Dios nos emplaza en su Iglesia, tan sólo conocemos que no vamos sino que nos llevan, que pone otro nuestras manos en el arado pidiéndonos no volver la vista atrás, y como humildes siervos en la viña del Señor tratamos de gastar la vida entera en lo que da gloria a Dios y es bendición para los hermanos.

Hoy, en esta festividad litúrgica acordamos celebrar sus bodas de oro episcopales tras la Santina de Covadonga que tuvimos el martes pasado. No parecía que el 22 de agosto era una fecha propicia, y tampoco habíamos de retrasar demasiado lo que ya tenía un motivo caducado. Escogimos entonces esta fecha, efeméride mariana también, y con el Dulce Nombre de María en los labios dar gracias juntos al Señor por estos años. Cuando comenzamos a hablar del tema, allá en los primeros pasos del año después de las navidades, casi le convencí que fuera Vd. quien presidiera y nos dijera unas palabras fraternas como sermón de campanillas. No sabía yo con quién me jugaba los cuartos ni cómo Vd. me ganaría a espadas, de modo que antes del estío que incluso en Asturias nos ha hecho sudar este año, ya me dijo que había cambio de planes: y su mando en plaza de nuevo se hizo valer para convencerme a mí que era yo quien tenía que presidir y parlar, con esa extraña y convincente convicción de quien es arzobispo emérito con derecho a sucesión, como cariñosamente yo le digo siempre.

Con mucho gozo estamos hoy aquí en su Catedral este grupo numeroso de hermanos que de verdad le queremos. Su familia natural, los hermanos obispos, tantos sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas, feligreses laicos… Es el pueblo de Dios del que Vd. forma parte, que hoy le rodea con afecto y plegarias para dar juntos gracias por tantas gracias recibidas en su ya larga y fecunda vida.

De aquel Mora de Toledo que le vio nacer en 1926 en la Mancha toledana de gente curtida por el sol, la dignidad y la honradez, sobresale como un motivo que siempre ha vivido con discreción piadosa, la memoria de sus queridos padres a los que la oscuridad de la barbarie no eclipsó la luminosidad de su fidelidad cristiana en el momento heroico del supremo testimonio de quien muere por su fe. A ellos les damos gracias también y que nos bendigan desde el cielo. La maduración en su corazón joven de la llamada de Cristo para ser sacerdote, le llevó a pedir su ingreso en el seminario conciliar de Toledo y de allí a completar una esmerada formación en la Universidad Pontificia de Comillas. Aquél solar santanderino de mucha ciencia y virtud forjó con los padres jesuitas su voluntad recia, su inteligencia despierta, su alma rendida con la ayuda de aquellos profesores sabios y santos que le vieron crecer.

De regreso a su archidiócesis toledana, primada de las Españas, se entregó a la docencia teológica y al ejercicio de una temprana canonjía. Ya apuntaba maneras, quien muy pocos años después sería llamado como sucesor de los Apóstoles. Guadix-Baza fue el primer amor del pastor Gabino. El báculo en el que en este día se apoya el pastor diocesano tiene sus mismos años de obispo: fue el que le entregaron a Vd. en aquella mañana del 22 de agosto de 1965, en la Plaza de las Palomas, tras haberle impuesto las manos el entonces Nuncio de Su Santidad, Mons. Antonio Riberi, el obispo de Jaén y administrador apostólico de Guadix-Baza, Mons. Félix Romero Menjíbar, y el obispo auxiliar de Toledo Mons. Anastasio Granados. Si este báculo pudiera hablar nos contaría tantos secretos cuantos recovecos han surcado en los senderos de la vida los pies del mensajero que hace 50 años fue consagrado obispo. No en vano Vd. lo donó a la Santina y allí nos apoyamos junto a la Señora en el recuerdo de un buen hermano.

En aquellos pueblos de gente sencilla y buena Vd. aprendió los rudimentos de ser maestro en la fe también con la lección que en ellos Dios le enseñaba. El Señor tiene ese método que confunde a los poderosos, cuando revela las cosas que valen la pena sólo a quienes tienen un corazón capaz de conmoverse por la belleza y la bondad con las que Él nos susurra sus verdades.

Un regalo que estaba en el calendario de esos primeros lances fue poder participar en la última sesión del Concilio Vaticano II. ¡Cómo se abrirían admirados y agradecidos sus ojos de obispo joven ante tamaño espectáculo de comunión eclesial, de auscultar el pulso de los hombres teniendo el oído atento a los latidos del Corazón de Dios! Guardamos como un regalo su precioso testimonio de padre conciliar, en la inolvidable intervención que nos ofreció en la apertura del curso académico hace dos años en nuestro Seminario Metropolitano.

Sólo fueron un puñado de 4 años en aquella primera diócesis, y de allí se vino ya para esta tierra que le acogió con esa hidalguía de la que hace unos días Vd. nos testimoniaba ante los medios de comunicación. Años tan complejos y convulsos como apasionantes por cuanto se vivía en aquella sociedad y en aquella Iglesia de profundos cambios políticos, sociales, eclesiales. Navegar con mar gruesa sólo es apto para timoneles serenos que no renuncian al puerto de llegada ni se arredran ante el fuerte oleaje. Y así se le recuerda a D. Gabino en aquellos años en donde la Iglesia se iba a colocar de un modo diverso ante el escenario cultural, social y político de aquella sociedad para vivir en ella la tradición de un mensaje perenne como es el Evangelio de Cristo, la doctrina social de la Iglesia, la cercanía a dolor y a la esperanza de la gente.

En esa larga travesía, fue llamado por sus hermanos obispos a presidir la Conferencia Episcopal Española. En aquel 23 de febrero de 1981, inolvidable 23-F, comenzaba una nueva etapa en la vida episcopal de D. Gabino como presidente de los obispos españoles. Duraría dos mandatos, hasta 1987. Su pastoreo episcopal llegará hasta enero de 2002 en que el Papa Juan Pablo II aceptará su renuncia a la sede ovetense por razones de edad, siendo sustituido por Mons. Carlos Osoro Sierra.

Querido D. Gabino, recordar 50 años de ministerio como Obispo es echar la mirada hacia atrás empujados a la gratitud creyente por tanto como se nos dio: ¡cuántos nombres inolvidables de personas y de dones que recibimos de modo inmerecido! ¡Cuántos lugares en donde gracias y pecados tuvieron domicilio! Uno descubre que no hay camino en la vida, sea cual sea nuestra vocación y quehacer, en donde todas estas variantes no se den igualmente, y representan un cristiano comentario del triunfo de quien ha vencido su muerte y la nuestra haciendo que salga el sol cada mañana tras todas nuestras noches oscuras. Porque al final, queda sólo ese triunfo del Señor en nuestras vidas, tras nuestros jirones y nuestros cosidos.

Por eso hacemos fiesta llegando esta efeméride, recordando en primer lugar una historia vivida diciendo sí a quien le llamó para un camino que previamente no le relató a fin de que pudiera o no aceptar, sino que también a Vd. le bastó saber que la propuesta venía de quien venía, del Señor. Lo que luego sus ojos han visto, lo que su corazón ha sentido, lo que sus manos han sostenido y sus pies han recorrido, lo sabe Dios, lo sabe Vd. y en buena medida lo saben las personas a las que Vd. ha servido.

En segundo lugar, nuestra fiesta es agradecida. Porque más allá de los requiebros con los que nos sorprende la vida, y más allá de incertidumbres, confusiones u olvidos, de torpezas y desvaríos, está lo que en nuestro corazón siempre palpita, lo que en el fondo no sabe ni quiere renunciar, eso que se nos permite empezar cada mañana como quien vuelve a comenzar la vida. La llamada que Vd. recibió hace ya cincuenta años no ha cambiado, pero Vd. en tantos sentidos sí. Por este motivo debemos decir cada día nuestro más sincero sí a la vieja llamada, aunque nuestra voz sea tan distinta. Damos gracias con Vd., dé Vd. gracias con nosotros, por tanto vivido, sufrido, ofrecido y gozado. Dios siempre nos acompaña, y no ha habido lágrima suya que le haya pasado inadvertida ni alegría por la que no haya sabido con Vd. brindar. Es el Dios de la vida, y debemos hacerle sitio para que crezca con nosotros. Una gratitud grande por Vd. mismo, por las personas que le han acompañado en todo este itinerario humano y sacerdotal como obispo, y por las circunstancias que le han podido purificar, fortalecer y llenar el alma de esperanza a raudales.

Finalmente, nuestra gratitud incluso se hace mendiga. Porque no sólo damos gracias, sino que queremos pedir gracia también. La gracia de reestrenar el don recibido con la imposición de las manos. Como cuando recordamos que nuestro nombre fue pronunciado por los labios de Cristo Sacerdote, eligiéndonos entre su Pueblo con amor de hermano, para participar de su sagrada misión. Ciertamente no es Vd. un obispo misacantano con toda una vida por delante llena de vigor e ilusión, cuando estaba todo aún por escribir. El vigor tiene ahora otra forma, y la ilusión acaso se ha hecho humilde. Pero su fidelidad sigue escribiendo día tras día una historia para la que pedimos gracia al Buen Dios.

Me ha gustado la definición humilde que de sí mismo hacía el gran poeta Luis Felipe Vivanco: «siempre soy un sobrero» (L.F. Vivanco, “Criatura desde Gredos”, en Id., Los caminos, Madrid 1974, pág. 272). Y hermoso en este sentido el comentario que hace Olegario González de Cardedal con la agudeza bella y profunda que le caracteriza, sobre nuestra oblación no necesaria sino tan sólo gratuita: «mientras nos empeñamos en realizar grandes cosas, quizá Dios nos quiera para estar ahí, por si hiciésemos falta en el último instante, por si otro nombre fallase en el ruedo de la vida, de la Iglesia o de la propia comunidad; sin nombre y sin estar en la lista oficial. ¡Qué libertad tan redimida y qué redaños tan purificados son necesarios para tan último oficio, al que quizá Dios nos llama! No anticiparse al tiempo ni al prójimo; no sobrevalorar la propia importancia; estar ahí por si al andar el camino alguien necesita que le sustituyamos o le hagamos de cirineo; cantar nuestra canción por lo bajo, tarareando alegres aquella música primera que es idéntica al respirar del cuerpo y al aliento del espíritu… Y si acaso un día Dios nos llama para salir a la plaza, que nos encuentre despiertos, y alegres, capaces de responder sin más: “Hinneni!, ¡Heme aquí, Señor!”» (O. González de Cardedal, Dios, Sígueme. Salamanca 2004, pág. 61).

Esto nos permite ser libres, libres de verdad sin ser rehenes serviles del engañoso aplauso ni fugitivos del humilde servicio, para que ni la lisonja rastrera ni el desprecio temido nos condicionen jamás para hacer y decir lo que como pobres siervos hacemos y decimos.

Querido D. Gabino, hoy es el santo de la Virgen a la que Vd. tanto ama. Más de una tarde, cuando subo a su casa para pedirle consejo, para confesarme, para que me cuente cosas o sencillamente para charlar con Vd. como mi hermano mayor, se me pasan los minutos sin que me dé cuenta. Reconociendo en su bondadosa acogida el regalo de aquello que San Francisco señalaba en su testamento espiritual: Dominus dedit mihi fratres (Test. 14), el Señor me dio hermanos. Y así estamos los dos hasta que su teléfono móvil nos avisa con su alerta de que es la hora del rosario (D. Gabino tiene un teléfono realmente piadoso), y nos vamos con los demás curas de la casa a desgranar nuestras cuentas a nuestra Santina: las cuentas que como en el rosario de la vida tiene misterios de gloria, de dolor, de gozo y de luz. En este día del santo de nuestra Madre, el Dulce nombre de María, le encomendamos a quien retoñó como vid hermosa, con flores y frutos bellos y abundantes, a Ella que es la madre del amor hermoso y que tiene un nombre dulce como la miel, tal y como nos ha dicho la lectura del Eclesiástico (Eclo 24, 17ss). Por eso pedimos que en su magníficat personal también se alegre su alma, por la gracia con la que el Señor le ha colmado para que estando Dios con Vd. siempre pueda a través suyo estar también con nosotros (Lc 1, 26-38).

Lo podrían decir sus labios musitando versos fraternos en un día como este, tal y como cantaba nuestro poeta gaditano en la meditación sobre el amanecer:

“Compartir quiero mis días
con otras almas hermanas
y partir mis alegrías
que, en lo que tienen de humanas
son tan suyas como mías.

Abrir a todos mis brazos
y consolar sus pesares,
y entre rimas y cantares
darles mi vida a pedazos.




Y al fin rendido quisiera
poder decir cuando [me llamen]:
Señor, yo no traigo nada
de cuanto tu amor me diera
¡todo lo dejé en la arada
en tiempos de sementera!

Allí sembré mis ardores
vuelve tus ojos allí,
que allí he dejado unas flores
de consejos y de amores…
¡ellas te hablarán de mí!” (José Mª Pemán, En el amanecer, la sementera. Poesías completas).

Querido D. Gabino, gracias por habernos invitado, llévenos en su corazón que nosotros en el nuestro le tenemos. El Señor le siga bendiciendo y le sostenga quien tiene por dulce nombre la Santina. Ad multos annos, hermano.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo