El libro del Éxodo se abre con la imagen de dos parteras egipcias que desobedecen a una orden del faraón –el cual les había mandado matar, a la hora de parto, a todos los niños varones de las madres hebreas– y se justifican ante el tirano, diciendo que: “las mujeres hebreas no son como las egipcias: tienen mucha vitalidad, y antes que llegue la partera, ya han dado a luz.” Esa imagen sigue siendo muy actual, ya que siempre hay un faraón en la historia, amenazando la vida en su nacer, como siempre habrá alguien que, al contrario, la defienda. Pero fue especialmente actual una mañana de hace casi dos mil años, cuando tres mujeres llegaron al sepulcro donde había sido enterrado un hijo varón de madre hebrea, para sacar de allí, sin vida, su cuerpo. Nada más llegar, se encontraron con que ese Hijo, de verdad ya había salido a luz, “resucitado”: trasformando así, para siempre, su sepulcro, y hasta los nuestros, en un vientre materno. El vientre donde todos renacemos es la Iglesia –la fuente bautismal no es otra cosa– esa madre que tiene su modelo, y su secreto, en la Virgen María; y este Hijo, el primogénito de todos los que mueren en él, para vivir con él, es el eterno naciente, que participa a los suyos el milagro de su presencia, como existencia que traspasa la muerte más oscura, arrebatándole un nuevo e inesperado comienzo. María, madre de la Iglesia, es donde se acaba toda historia de muerte y empieza Cristo, rescatando nuestras vidas diarias de toda clase de soledad (y aburrimiento). Vidas diarias que ellos también vivieron, Cristo y su Madre, en una región que se llama – todavía hoy – “Galilea” – y es preciosa, por cierto – donde Jesús quiso volver para encontrarse otra vez con sus discípulos. Justo aquellos que, tras la muerte horrible del maestro, se habían escondidos en Jerusalén, sin saber bien que hacer. Pues bien, en ese momento, ahora que más o menos se recordó lo que pasó en Tierra Santa –y que iba con las lecturas del día– podemos contar lo que pasó también en Covadonga, y que fue vivido por lo que allí estuvieron viviendo el séptimo día de la Novena a la Santina. Porque el séptimo día siempre es un día donde las palabras se quedan cortas. Así que, sin esta premisa, hoy lo teníamos difícil. Básicamente, en Covadonga pasó lo mismo.
Un grupo de jóvenes todavía medio dormidos se acerca al santuario para hacer laudes, y de repente acontece el milagro: le ven a Él. Está allí Cristo, resucitado y presente, como delante del sepulcro, como en Galilea. En los rostros de los hermanos, en cada peregrino que se acerca a la Cueva, en una Palabra, proclamada en medio de la asamblea litúrgica y dirigida a cada uno de manera personal, allí está él vivo, provocando a sus discípulos a que salgan de su escondrijo. Hoy el Arzobispo no está, porqué se encuentra en Oviedo, entregando los nombramientos a los nuevos párrocos de la diócesis. Volverá por la tarde. Don David, joven canónigo del cabildo de Covadonga, reúne a los chavales con su voz delicada y firme, y los prepara a vivir el encuentro, abriendo su cabeza y su corazón a la posibilidad del asombro. Esta novena es una Galilea para quienes la están viviendo, “una cita de Dios en medio de la vida diaria”, como dijo el sacerdote que predicò en la tarde, don Manuel Viego, párroco de San Vicente de Paul de Gijón. “Hace treinta años rezaba aquí” dijo don Manuel “María, madre de gracia, madre de piedad y de misericordia, defiéndenos del enemigo y ampáranos, ahora en la hora de nuestra muerte. Amen. Es que no sabía orar, ni sabía que la oración es vivir la intimidad con Cristo. Pero me pidieron que dijera esa jaculatoria, y lo hice…lo que pasa es que luego no he dejado de rezarla.” Es que lo del encuentro es así, “cosas concretas que predispone y realiza un Dios que es concreto, y nos da citas muy concretas”. Lo que más llamó la atención de la homilía de don Manuel fue precisamente el sentido que ese cura tiene de lo concreto que es Dios. Y, sobre todo, lo que verdaderamente se encuentra llamativo, es el sentido de la atención a los hechos concretos que en nuestras vidas no sabemos reconocer como lugares apropiados para el encuentro – por ejemplo, los sacramentos. Si supiéramos vivir con inteligencia esa presencia de Dios que en ellos nos abraza: “el don de Dios, el Espíritu Santo, su Amor” dijo don Manuel hablando del testimonio veraz de la presencia de Cristo resucitado, “se recibe sobre todo por el deseo que tengamos de él ¿Porque a menudo no se os nota está presencia?” dejó caer por allí, “Poque quizás cuándo el Señor quiere encontrarnos a lo mejor estamos haciendo otras cosas. Lo que pasa es que el Señor de verdad quiere encontrarnos para vivir con nosotros, y por eso siempre nos predispone una Galilea, un lugar donde, de la mano de María, quiere darnos su Espíritu. Para que también nosotros, seamos otro signo concreto de su presencia en el mundo.” Esto, tal vez, es el milagro de ir hacia una gruta, que hubiera podido ser una tumba entre otras, y sin embargo encontrarse allí en un vientre donde todos renacemos. Esa cueva que es María, lugar que Dios ama y donde envía su Espíritu Santo, para que siga naciendo, en nosotros, su Hijo. El hijo que todos los sepulcros los trasforma en vientre materno, y que, de una comunidad de gente adormilada y espantada, trae una Iglesia que sabe buscarle y esperarle, en la Galilea de todo hombre. Eso es también lo que está pasando en Covadonga, y efectivamente es algo muy concreto, y todavía no sabemos que será de lo que aquí empieza, pero sí parece que algo la Virgen tiene preparado para muchos, para quien, como dice don Manuel “se anime a responder a la cita”. ¡A ver! Séptimo Dia.
Simone Tropea
Sexto día de la Novena a la Virgen de Covadonga
Quinto día de la Novena a la Virgen de Covadonga
Cuarto día de la Novena a la Virgen de Covadonga
Tercer día de la Novena a la Virgen de Covadonga
Segundo día de la Novena a la Virgen de Covadonga
Primer día de la Novena a la Virgen de Covadonga