Recién aterrizado del avión que le ha traído desde Roma, acaba de mantener un encuentro con el Papa Francisco, junto con el resto de los Obispos españoles. ¿En qué ha consistido esta reunión?
Efectivamente, la convocatoria se hizo a todos los Obispos residentes y auxiliares que formamos parte de la Conferencia Episcopal, los 80 obispos en total. Es verdad que íbamos curiosos, con una curiosidad tal vez calentada por algunos medios de “desinformación” religiosa donde se nos alertaba de que el Papa nos convocaba de una manera insólita para regañarnos, para amonestarnos y para reprendernos.
Lo que puedo decir, y es el común parecer de todos, absolutamente, es que el Papa estuvo muy cariñoso, como un buen padre cercano a nosotros. Somos hermanos en el Episcopado, él es el Obispo de Roma y el sucesor de Pedro, y exclusivamente hablamos del tema de los seminarios, donde estuvimos por un periodo de casi dos horas y media hablando con el Santo Padre. Él, nos dijo al comienzo, “podéis preguntar lo que queráis, que no quede nada dentro de vosotros de cuántas cosas os preocupan, os inquietan, y decid como lo sintáis sin ningún problema”.
Fue tomando nota de cada una de nuestras intervenciones y no dejó nada sin responder, absolutamente nada. En un tono, como digo, afable y cordial. Lo agradecimos inmensamente. Después, una vez que él se retiró, después de dos horas, nos quedamos con los responsables de ese Dicasterio para el Clero, donde se nos entregó un breve documento en el que hay una serie de propuestas muy concretas sobre el número de los seminarios, el número de los seminaristas, los claustros de profesores etc. Cosas que ya las tenemos nosotros, al menos aquí en España, asumidas, porque hemos hecho un trabajo hace cinco años ya de lo que se llama una “ratio”, un estatuto de los seminarios que concretiza aquí en nuestra patria, en España, lo que para la Iglesia Universal ya se dio hace unos años.
De tal manera que poca novedad, aunque habrá que hacer algunos ajustes y será objeto de nuestro estudio en las próximas reuniones de Ejecutiva o de Comisión Permanente.
La semana pasada, la última de noviembre, tuvo lugar la Asamblea Plenaria en la Conferencia Episcopal. De allí han salido varios documentos. El primero, hecho público el día 23, se titulaba “El encuentro y la concordia siguen siendo posibles”, un mensaje escrito ante la situación social y política de España. ¿Qué destacaría de estas palabras que fueron suscritas por unanimidad?
Efectivamente, también tuvo mi firma, mi apoyo y mi colaboración. En ese texto también hay cosas que yo aporté. Hay dos maneras de enfocar un juicio sobre el momento que puede vivir una sociedad: el que responde a la manera de sentir, de pensar, de expresarse con el propio bagaje cultural de cada uno de los Obispos. Yo tengo mi forma de ser y por tanto yo me he despachado con una extensa intervención en un periódico nacional, en el ABC. Y ahí estoy yo, enterito. A la hora de expresarme, de analizar, de señalar. En la nota que hemos firmado los ochenta obispos, ahí estamos los ochenta, con lo cual los matices son inevitables. Entonces, al igual que lo que yo he escrito en el ABC, solamente yo lo puedo firmar, lo que hemos escrito ochenta obispos, para que sea unánimamente de los ochenta obispos, tiene que ser algo más genérico y sin entrar en tanto detalle como entro yo en mi colaboración con el ABC. Dicho esto, se trató de levantar acta de que nos preocupa la situación y de que hay una clave moral, no política, una clave moral. En lo que yo insistí también en nuestra publicación colectiva. Por moral entendemos que la verdad; que la convivencia; que la historia sucedida y no la que se quiera reescribir; la insidia; la confrontación fratricida, todo eso no hace bien. Y eso son cuestiones prepolíticas, sino que son cuestiones morales, que cuando el gobernante no las atiende, sale como resultado una mala gobernanza, salvo que lo que se pretenda únicamente es la perpetuación en el poder o la conquista de esa poltrona. Por eso yo valoro enormemente nuestra nota colectiva como fruto de ese ejercicio que hemos hecho de aportar y colaborar para firmar los ochenta algo que responde al común sentir de todos. Y está muy bien dicho, eso no quita que cada uno después, privadamente o personalmente, podamos decir mucho más y con más concreción, algo que solamente tú puedes firmar.
Un día después se hacía público un mensaje también de los Obispos españoles que llevaba por título “Enviados a acoger, sanar y reconstruir”, ante el drama de los abusos en el que se vuelve una vez más a pedir perdón, en la parte que corresponde a la iglesia dentro de esa lacra que sufre la sociedad en múltiples ámbitos. Se recuerda también la acción de la Iglesia de prevención y de formación, entre otras cosas. ¿Cómo lo ha vivido usted desde dentro?
Bueno, yo también tuve otra colaboración en otro periódico nacional, El Debate, en este caso, donde, al hilo del informe del Defensor del Pueblo, yo me preguntaba ya en el mismo título: “Defensor, ¿de qué pueblo? Defensor, ¿de cuáles víctimas?”, porque veo que hay una especie de focalización insistente, injusta, respecto de la Iglesia y de la clerecía cristiana. Que es un problema social, y no eclesiástico. Es la sociedad la que tiene este problema. En la medida que la Iglesia forma parte de la sociedad, también participamos, lamentablemente, de esta misma lacra, cometiendo los mismos crímenes.
Pero, claro, cuando tiramos del elenco estadístico, por instituciones ajenas completamente a la Iglesia –me permito recordar Save the Children y la Fundación Anar–, bueno, pues ahí la Iglesia también aparece como algunos de sus miembros han delinquido abusando de menores y personas vulnerables. Pero con una particularidad: la presencia de la Iglesia en esta problemática arroja la cifra del 0,2. Que es tristísimo. Porque de un sacerdote se espera y se debe esperar otra cosa.
Pero ¿Qué ocurre con el 99,8 restante? ¿No interesa? ¿Por qué solamente se quiere investigar ese 0,2 como si fueran los únicos que están perpetrando esta terrible tragedia de abusar de niños o de personas vulnerables?
Hay aquí como una especie de trampa que tenemos que poner en valor. Pedir perdón, lo hemos pedido, suficientemente. Pero tampoco vamos a estar todo el día con el flagelo como si no hiciéramos en la Iglesia otra cosa más que abusar, lo cual es mentira y es injusto. Por eso en esta nota también salimos al paso, primero, en defensa de las víctimas. La prevención es esencial para que los futuros curas en los Seminarios, para que nuestros catequistas y agentes de pastoral estén avisados y estén acompañados para que tengan la conciencia de qué nos estamos jugando con esta cuestión, que es urgente y terrible. Y después, poner en valor el mucho bien que hacen la inmensa labor que llevan a cabo la mayoría de los sacerdotes, de las religiosas, de los catequistas, de la labor social y cultural que lleva delante la Iglesia que parece que queda eclipsada y opacada por la focalización insidiosa de algunas fuerzas políticas y sus terminales mediáticos.
Regresamos a Asturias y tenemos una buena noticia. Hace poco se hacía pública la noticia de una nueva comunidad religiosa para Valdedios y esta semana anunciábamos que Santa María de Valdediós vuelve a tener el culto abierto a los fieles, en concreto por el momento la misa dominical a las 11.
Yo siempre he dicho que Valdediós es un cuerpo artístico precioso, con los monumentos prerrománicos, románicos y renacentistas. Pero puede ser un cuerpo precioso que si no tiene alma, estamos enseñando simplemente unas piedras, que tienen el valor que tienen, pero son piedras al fin y al cabo.
Que haya allí una presencia de una comunidad que cuide la Liturgia; que cuide la acogida de personas que, con sus heridas, van buscando –lo sepan o no– la Verdad, la bondad, la paz, es decir, van buscando a Dios. Esta es una buena noticia, que Valdediós vuelve a tener alma a través de la presencia de la comunidad, la Comunidad de la Presencia del Señor, que así se llaman ellos. Estamos muy contentos y muy esperanzados porque ese lugar tan especial como Valdediós pueda recuperar esa alma que tanto glorifica a Dios y tanto bien hace a los hermanos.
Estos días la noticia en Asturias también está en el AVE a Madrid, que, para alguien que está en la Ejecutiva de la Conferencia de Episcopal, es también otra buena noticia.
Pues sí, intentaré utilizarlo, aprovechando esta posibilidad de que en tres horas y un poquito te pones en Madrid.
Yo suelo ir en coche, alguna vez he bajado en avión, pero desde luego esto es una facilidad que incluso económicamente trae a cuenta, y sobre todo la comodidad de que durante el viaje, en lugar de ir pendiente de un volante con cuatro horas de viaje y algo más, puedes ir leyendo, rezando o descansando. Y es una buena noticia de acercamiento de toda nuestra Comunidad Autónoma de las preciosa Asturias con el resto de la meseta, con el resto de España.
Para terminar, ¿un mensaje para este Adviento?
El Adviento siempre es una espera.
No somos nostálgicos, simplemente, porque queremos tener memoria viva de lo que hace dos mil años sucedió. En el Adviento se da la nostalgia de lo que no ha sucedido todavía, porque el Adviento siempre te presenta la llegada de un Dios que nunca falla a su convocatoria y a su cita.
El Adviento es la preparación para la espera, la espera de un Dios que siempre llega y que te pone luz en tus penumbras, paz en tus conflictos y Gracia en tus caminos extraviados.