Se cumplen 300 años de la canonización de San Juan de la Cruz y 100 de su proclamación, en 1926, como Doctor de la Iglesia, por el Papa Pío XI. Con este motivo, este sábado, 13 de diciembre en Segovia, en la iglesia de los Carmelitas Descalzos donde se conserva su sepulcro, se celebrará el acto de apertura de un Año Jubilar Sanjuanista, que tendrá como lema «La esperanza tanto alcanza cuanto espera». Al día siguiente, domingo 14 de diciembre, se abrirá la Puerta Santa en Fontiveros (Ávila), localidad natal del santo.
En nuestra diócesis la celebración de comienzo de este Año Jubilar tendrá su sede en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de los Padres Carmelitas, en Oviedo, este domingo 14 de diciembre a las 13,15 h, con la eucaristía presidida por nuestro Arzobispo, Mons. Jesús Sanz. Además, las dos comunidades de frailes Carmelitas Descalzos en la diócesis, en Oviedo y en Gijón, tienen previsto llevar a cabo un ciclo de conferencias, a lo largo de este año, para dar a conocer la figura de este santo místico y poeta abulense.
«Un hombre que supo conjugar muy bien lo humano y lo divino», destaca el carmelita Roberto José Gutiérrez. Su nombre de pila era Juan de Yepes. «Al abrazar la vida religiosa como carmelita calzado o de la antigua observancia, se puso Juan de San Matías –explica fray Roberto José– y luego ya cuando abrazó el nuevo estilo de vida que nuestra Santa Madre Teresa de Jesús con él impulsa, la reforma teresiana, adopta el nombre de San Juan de la Cruz, por el que es conocido». Fue «un gran soñador, un gran místico y un poeta», destaca el padre carmelita de la comunidad de Oviedo, que refiere que «su vida fue apasionante y digna de ser conocida, la vida de un pobre, la vida de un fraile».
Así como Santa Teresa de Jesús deja conocer distintos aspectos de su vida en sus obras, San Juan de la Cruz «no es amigo de hablar mucho de sí mismo», explica el padre Roberto. «Cuando escribe, lo hace sobre todo para describir ese camino que lleva al hombre a Dios y Dios al hombre, que es lo que a él le interesaba». Nacido en el año 1542 sin que se sepa a ciencia cierta la fecha exacta, en Fontiveros, un pequeño pueblo de Ávila, su familia era muy pobre. «En realidad su padre Gonzalo venía de una familia más acomododa, pero su madre, Catalina, no». Algo que la familia paterna nunca vio con buenos ojos. «Sin embargo, era un matrimonio muy unido y de esa unión nacieron tres hijos», explica el padre Roberto. Uno de los hermanos falleció siendo muy pequeño y también falleció su padre Gonzalo cuando él era aún un niño. «El panorama de pobreza era desolador», explica el carmelita. «Se dedicaban a los tejidos, y cuando la madre se quedó viuda, se trasladaron a Medina del Campo, un núcleo comercial importante. Allí se asentaron y desde jovencito San Juan de la Cruz comenzó a trabajar. Entró al Hospital de las Bubas a curar heridas de enfermos infecciosos para poder sacar un sustento. Los padres jesuitas se percataron de que era un hombre con una mente muy lúcida y le ofrecieron poder estudiar. Entonces entró en la vida religiosa, en lo que llamábamos la Orden del Carmelo calzado, de la antigua observancia, y fue a Salamanca a estudiar Filosofía y Teología», explica. «Fue ya en los últimos años cuando se encontró con nuestra Madre, Teresa de Jesús, que ya había comenzado toda la reforma teresiana –explica el padre Roberto–. La Santa se encontraba en Medina del Campo, la segunda fundación y un fraile ya le había hablado de las inquietudes de San Juan de la Cruz. Estaba buscando, no se sentía a gusto y quería algo más. Cuando la santa se enteró de eso, quiso hablar con él y tuvieron una entrevista en el locutorio del convento de Medina. Se quedó admirada desde el primer momento», dice. «No es que se vieran mucho a lo largo de sus vidas, pero la santa siempre le admiró y de hecho, se lo llevó al convento de la Encarnación de Ávila para ser confesor de las monjas».
Por este motivo, aunque tanto para las monjas como para los frailes carmelitas su fundadora fue Santa Teresa, San Juan de la Cruz siempre ha tenido un halo de «confundador». «Él fue el primer carmelita descalzo», explica.
Todo ello le trajo complicaciones. Una «persecución dentro de la propia orden, por esa parte humana que desgraciadamente a veces existe», y también incluso llegó a estar «encarcelado», pues la antigua orden no veía con buenos ojos el proceso reformador que Santa Teresa había comenzado y fue denunciado. Estando de confesor en el monasterio de la Encarnación, en Ávila, fue llevado a Toledo, apresado. «Allí estuvo como unos nueve meses en la cárcel y fue donde compuso las mejores obras literarias, sobre todo las primeras once estrofas del cántico espiritual», cuenta el padre Roberto.
Lo bueno de San Juan de la Cruz es que quedan sus obras para recordarle de primera mano. «Son sus escritos, no lo que nos han contado otros, sino lo que él nos ha dejado», afirma el carmelita, que destaca que San Juan de la Cruz escribió cuatro obras mayores: Subida al Monte Carmelo; Noche Oscura; Cántico Espiritual y Llama de Amor Viva. En todas ellas describe un itinerario para esa comunión, esa unión con Dios». Fue nombrado patrono de los poetas por San Juan Pablo II, cuya tesis doctoral se basó en San Juan de la Cruz. Puede ser un buen año para acercarse a la figura, a veces tan desconocida, de este «soñador, místico y poeta».