Van pasando los bochornos estivales dejando entrada a nuevos sofocos. Porque la circunstancia que estamos viviendo desde marzo con esta malhadada pandemia, pone fuego a nuestra vida alterándola en demasía. Parecía que la así llamada “nueva normalidad” venía por decreto, o porque así lo decide quien tiene por ahora el timón de la nave. Pero luego la realidad es más libre y más terca, y no se ajusta sin más a los intereses políticos o económicos de quienes con este virus dibujan el mapa de nuestras vidas. Unas veces alertándonos con pánico, otras diciendo que no pasa nada. Momentos en los que no podemos salir del búnker doméstico, y otras con un pistoletazo de salida para un casi vale todo… con mascarilla y las medidas de distancia. Que también los hay que se aprovechan de esta tragedia para intentar cercenar y censurar la libertad religiosa a golpe de ordeno y mando. Como cristianos hemos estado a la altura de la responsabilidad debida, que no siempre es la que nos han reclamado. Hay una plausible excepción que se refiere a nuestra región asturiana, donde la crisis sanitaria se ha planteado y gestionado con enorme sensatez, prudencia y razonables medidas, en medio de un aluvión de gentes que nos han visitado en estos meses de verano.
Todo ello tiene una repercusión clara en nuestra vida cristiana. Porque la comunidad de nuestra Iglesia diocesana, ha sabido poner los medios y ha sabido también liberalizarlos, según ha ido evolucionando el panorama de contagios del coronavirus en nuestra tierra. Nuestros templos parroquiales son espacios de total seguridad, porque ahí hemos querido cuidar a la gente que entraba en las iglesias y ermitas buscando la paz, el consuelo, la gracia, no buscando otras cosas que terminaban por imponerte después el contagio que no buscabas. Distancias señaladas, protección con gel hidroalcohólico, mascarillas en la boca y nariz, y cuidado del aforo permitido. Ha sido ejemplar la respuesta de nuestros fieles, los de aquí y los que en este tiempo nos han visitado.
Hemos tenido que prescindir de procesiones y romerías en general, aunque hemos vivido de modo alternativo nuestras festividades cristianas y populares. Es cierto que ha habido que aplazar más de alguna celebración: bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, bodas e, incluso, ordenaciones sacerdotales. Poco a poco, se van celebrando estos eventos de fe, además de tener repercusiones sociales entre nuestros familiares y amigos.
Pero llega ahora el comienzo del curso. Toda la problemática y polémica en torno a los colegios de niños y jóvenes y los centros universitarios para comenzar el año académico, tiene también una repercusión en nuestras catequesis y demás actividades diocesanas y parroquiales. Creo que es bueno tener la mesura que nos hace responsables, para evitar la irresponsabilidad de quien banaliza la gravedad de este momento, así como quien asustadizo se enroca y atrinchera para no hacer nada, muerto de miedo. Entre los que banalizan hasta la frivolidad y los que se asustan hasta el escaqueo, está la medida serena y sensata, de quien pone los medios razonables para que no se nos escape la vida en todos sus sentidos, tampoco la vida cristiana que hay que seguir nutriendo y cuidando con las celebraciones, los sacramentos, las catequesis y nuestro adaptado calendario. Así lo vamos a hacer como Diócesis, también por arciprestazgos y en cada parroquia.
Pedimos a nuestra Madre la Santina, en esta novena que celebramos en su Santuario y en toda la Diócesis, que nos acompañe en este insólito comienzo de curso pastoral, que no deje de protegernos, para que la llama de la esperanza siga alentando nuestras vidas, y la fortaleza de la fe nos haga serenos. Sólo así podremos aportar los cristianos el testimonio de la caridad como supremo don para los que sufren todas las consecuencias sanitarias y económicas que genera esta prueba tremenda de la pandemia que estamos sufriendo.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo