Una política que construye la ciudad

Publicado el 22/11/2020
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Suele ser un latiguillo al uso que con frecuencia se esgrime cuando no se desea escuchar o leer lo que tantas veces los cristianos, y en particular el papa y los obispos, decimos o escribimos al hilo de las cosas que suceden. Entonces se pretende descalificarnos diciendo que nos metemos en política. Es verdad: hacemos política, en el sentido más propio de su etimología. Es decir, tratamos de aportar algo con nuestra pluma o nuestra palabra a la polis, a la ciudad, a la sociedad en la que vivimos. Hacer política en este sentido, es algo mucho más amplio y más preclaro que ofrecer una visión partidista, con su arenga y su insidia, su audacia y su nobleza. No hacemos partidismo, pero sí que ofrecemos una visión política.

Lógicamente, la óptica desde la que nos asomamos al mundo actual, el horizonte que marca la meta hacia la que navegamos, tienen una clave muy particular en los cristianos que tenemos la responsabilidad pastoral como obispos. Hemos de evitar escorarnos hacia unas siglas de una formación partidista, porque estaríamos apoyando o denostando a quienes no coincidiesen con esa mirada nuestra. Por eso se pretende tachar de partidismo politiquero cuando nosotros tomamos la espada de nuestra palabra o el cálamo de nuestra pluma, para anunciar la verdad o denunciar la hipocresía.

Nuestra política tiene un trasfondo moral y no una clave partidista. No hay falsilla de programa electoral ninguno en nuestras intervenciones, no hay ademán de pretender ser en los parlamentos una opción alternativa, y aunque lo que decimos y escribimos atraviesa inevitablemente lo que se impone con rodillo o lo que se propone torticeramente, tratamos de advertir la resulta señalando su intrínseca malicia. Creo tener un respeto impecable (yo jamás hablo de nombres de personas ni de siglas partidistas: son ellos quienes reconociéndose en mi denuncia salen en trompa para intentar descalificarme con mi nombre y oficio), pero al mismo tiempo una libertad implacable cuando debo decir las cosas sin arredrarme ante los vociferantes.

Porque es libre verdaderamente quien no busca los aplausos y la prebenda ni teme los desprecios y el olvido. Pero con esta impecabilidad implacable, hablo y escribo cuando no se busca el bien común sino el poder de unos pocos a toda costa; cuando se usa a sabiendas el engaño de la mentira como habitual herramienta política; cuando se insidia dividiendo a un pueblo para hacerlo vulnerable reescribiendo su pasado, envenenando su presente y manipulando su futuro; cuando se mercadea con la vida de los no nacidos, o la de los enfermos terminales y ancianos; cuando se debilita la familia dejándola desprotegida y minando su identidad en la confusión más desabrida; cuando se usa y abusa de la educación para introducir una ideología en los niños y jóvenes domesticando su conciencia.

No es algo fortuito, ocasional, sino que responde a un proyecto amplio que tiene, como una maldita pandemia, una pretensión de globalidad. El Nuevo Orden Mundial que tiene detrás sociedades secretas, acaudalados financieros, poderosos medios de comunicación y conocidas correas de transmisión en partidos políticos.

En estos días está siendo un clamor el rechazo de una ley de educación que ha rebasado todas las líneas rojas del diálogo, del consenso, sin que se despeinen quienes la enarbolan desde los parlamentos. No somos nostálgicos de ningún privilegio, sino defensores de la libertad. Los padres son los responsables de la verdadera educación de sus hijos, derecho que se ha conculcado ampulosamente ninguneando de hecho la patria potestad que les otorga la vida, para ser suplantados totalitariamente por una ley sectaria, ideologizada y abusiva. Hagamos política educativa, evitemos la manipulación partidista. Así construimos la ciudad abierta y plural, en donde todos tienen la posibilidad de expresar y defender sus valores, su tradición y su conciencia, respetando a los demás y por todos los demás respetados.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo