Era el umbral del nuevo siglo, del nuevo milenio también. Todo eran conjeturas con los relojes digitales y los dispositivos electrónicos cuyos chips se temían que saltaran por los aires con toda su información archivada al llegar la nueva calenda. Aquel año 2000 tuvo su pizca de incertidumbre dejándonos un poco en vilo hasta que engullimos las doce uvas al filo de entrar juntos en el uno de enero. Pero no pasó nada. Los temores milenaristas de quienes pensaban que acabaría el mundo, se fueron diluyendo con la misma rapidez como nos las indujeron los alarmistas que nunca faltan ante circunstancias que no controlamos. No obstante, hubo un mensaje -al menos uno-, que no tuvo esa inconsistencia, ni se vio afectado por el susto, la prisa o la improvisación. En aquel cambio de siglo y de milenio, alguien nos invitó a ver la historia toda desde una atalaya distinta.
San Juan Pablo II escribió una carta para decirnos lo que él veía y esperaba en aquel evento histórico de los dos mil años de cristianismo. La tituló Novo millennio ineunte, al comienzo del nuevo milenio. En sus primeras líneas nos dejó algo tan hermoso como consolador: se «nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8)». Esta era la clave de la historia en sus tres tiempos verbales cuando es contemplada y vivida desde Jesucristo: el pasado, no recordado con rencor y pesadumbre, sino con gratitud; el presente, no abrazado con desdén o violencia, sino con pasión; y el futuro, no esperado con temor y zozobra, sino con confianza. Verdadera actitud de una visión cristiana de la historia, teniendo paz en medio de las dificultades, y gozar de libertad dentro de tanto intento cercenador de nuestros derechos y obligaciones.
Vivimos en un momento en el que hay quienes se afanan en un poder que se quiere perpetuar a cualquier precio, sin ningún principio moral, sino construido desde el engaño y la mentira, desde las alianzas con quienes deshacen la historia de un pueblo para falsearla, desde la inconfesable pretensión de imponernos sus postulados valiéndose de cualquier artimaña por obscena o tramposa que sea con tal de conseguir lo que se pretende, aunque sea censurando nuestros derechos más elementales.
Miran ellos la historia con los tres tiempos verbales completamente pervertidos en su relato: el pasado se mira con resentimiento, para reescribirlo diciendo que sucedió lo que a ellos les hubiera gustado, exhibiendo una honestidad demasiado deudora de sus flagrantes mentiras; el presente se construye desde el engaño de quien impunemente se contradice sin ningún rubor, diciendo digo donde dijeron diego, para sacar tajada de cualquier complicidad vendiéndose al mejor postor en sus torticeras patrañas usando de la insidia que enfrenta y divide un pueblo; y el futuro, se prepara desde la impostura excluyente de todo y de todos los que nos sean de los suyos, controlando el pensamiento, el sentimiento y la libertad, persiguiendo una educación que no coincida con su ideología.
De esta manera, el pasado, el presente y el futuro, usados como herramienta para cambiar la sociedad por parte de estos lacayos de sí mismos, reyezuelos advenedizos que nos imponen su dictadura inmoral, sus mentiras compulsivamente repetidas, su hoja de ruta revolucionaria. Nos lamentamos, pero también debemos saber reaccionar, contra el cerrojo legislativo en tiempos de pandemia que se nos quiere imponer con una ley de educación abusiva y totalitariamente impuesta, sin escuchar a nadie de los interesados (docentes, familias, asociaciones, sindicatos, alumnos). Si en España hay 19.184 centros escolares de la red estatal, 9.632 pertenecen a los centros concertados y privados. Hablamos de 4.400.000 alumnos en los primeros y de 2.140.000 en los segundos. Son demasiadas familias burladas, despreciadas, en nombre de una ideología que pretende labrar un futuro controlando la nueva generación domesticada para sus fines, una vez que han querido reescribir el pasado y pervertir el presente. Es conocida esta revolución que tanta muerte y destrucción ha descrito en su reciente historia.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo