Trabajar por la paz, es hacerlo por la vida

Publicado el 06/01/2013
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escudo

 

Comienza un nuevo año y nos conjuramos para desear juntos el dicho refranero: año nuevo, vida nueva. Una cascada de buenos deseos, justas aspiraciones, humildes plegarias, vienen en ayuda de este santo conjuro. Necesitamos que algo nuevo nos suceda, que pase página a tantos desmanes, desgarros, sinsabores, maleficios y desgracias. Pero no podemos ser ilusos creyendo que el rito de unas uvas al filo de la medianoche acabando diciembre, o el ver la primera hoja del año en el calendario sin estrenar, van a traer por sí solos esta novedad. Hay que colaborar con quien nos da la posibilidad de desear y añorar que esto suceda.

 

El Papa recuerda en su mensaje para la Jornada de la paz: bienaventurados los que trabajan por la paz. Primero enumera las cosas que siguen acorralándonos con su terca penumbra: focos de tensión provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, predominio de una mentalidad egoísta e individualista, expresada también en un capitalismo financiero no regulado; terrorismo y delincuencia internacional, fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres (1).

 

No obstante esta paz no es una quimera utópica, sino que es posible. Tanto es así que vale la pena descubrir la realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo (3).

 

Pero hay líneas rojas que no debe traspasar quien no renuncia a una paz posible. En primer lugar está el respeto de la vida humana, en todos sus tramos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Auténticos trabajadores por la paz son los que aman, defienden y promueven la vida humana en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz. Quienes sostienen la liberación del aborto proponen la búsqueda de una paz ilusoria. ¿Cómo es posible pretender la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido? También la estructura natural del matrimonio entre hombre y mujer debe ser reconocida y promovida, frente a los intentos de equipararla jurídicamente con formas radicalmente distintas de unión que dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad. No estamos ante verdades de fe, sino que son principios inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad.

 

Lo mismo cabe decir de uno de los derechos y deberes sociales más amenazados: el trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los trabajadores, que no están adecuadamente valorizados, por hacer depender el desarrollo económico de la absoluta libertad de los mercados (5).

 

Dios se hace solidario con sus hijos. No están solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor. Acogiendo a Jesucristo se vive la experiencia gozosa de un don inmenso: compartir la vida misma de Dios, la vida de la gracia, una existencia bienaventurada. Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios. Con esa paz estrenamos un año nuevo, deseando que acontezca con nuestra colaboración con Dios lo que Él quiere poner nuevamente en nuestras manos.

 

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo