Sínodo diocesano: desde la fe, con la caridad, para la esperanza

Publicado el 02/10/2011
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escudo

 

El día 1 de octubre hemos comenzado la fase de clausura del Sínodo Diocesano de Oviedo que comenzara en 2006. Fue un momento de luz y gracia la convocatoria del mismo por parte del Arzobispo anterior, D. Carlos Osoro, a quien desde estas letras agradezco la iniciativa así como su atención y cuidado de la fase preparatoria y de la fase primera con los ricos y participados grupos sinodales en toda nuestra geografía diocesana. Llega ahora el momento de concluir y para ello hemos puesto en marcha celebrar la clausura de este Sínodo Diocesano que tendrá lugar de modo solemne en nuestra Catedral el próximo 10 de diciembre, festividad de nuestra Patrona Santa Eulalia.

 

Ha sido larga la andadura que nos ha permitido llegar aquí. Se ha trabajado mucho y bien, e incluso personas que comenzaron poco convencidas, han ido reconociendo el valor que tiene este momento sinodal, de tanta raigambre en la secular historia cristiana. Como tantas veces hemos recordado, el sínodo significa en su etimología griega y en su experiencia eclesial, un camino realizado en comunión.

 

No se trata de un documento sin más que puede escribir el Obispo, o una comisión de expertos, sino el resultado de una vivencia verdaderamente eclesial: tomar el pulso a la realidad en la que estamos, orar para pedir luz y sabiduría al Señor, discernir lo que en este aquí y ahora de nuestra historia humana y cristiana nos corresponde decir y hacer, concretar las urgencias que mayormente nos desafían y piden de nosotros una respuesta, y marcar un itinerario para los años futuros como Iglesia del Señor que peregrina en nuestra tierra. Este es el sínodo, el camino compartido desde la fe, con la caridad y para la esperanza.

 

Las tres ponencias finales de esta clausura sinodal, preparadas por tres equipos muy plurales en cuanto a la edad, vocación eclesial, responsabilidad diocesana y formación humana y cristiana, nos permitirá todavía poner nombre a los retos que la sociedad nos plantea a la comunidad cristiana: cultural, política y económicamente estamos inmersos en una sociedad distinta a las precedentes, y es aquí en esta diversidad claroscura en donde los cristianos debemos saber situarnos, dialogar, proponer, anunciar, denunciar desde una clave evangélica y eclesial. Esta será la primera ponencia que abrirá nuestro debate hecho de reflexión, plegaria y discernimiento.

 

En segundo lugar, la familia centrará nuestra atención intensa y extensamente. La familia que tiene su punto de partida en el matrimonio en donde el amor entre hombre y mujer se abre a la vida, y el respeto se hace cotidiana y gozosa fidelidad. Una vida que tiene edades y etapas, que en todo momento queremos amar, proteger y madurar: la vida del no nacido, la vida del que nació y sigue su curso, la vida de quien llega a su término. ¡Cuántas realidades ponen esa vida en entredicho! Nuestra clara defensa de la vida no cederá ante ninguna dificultad. Y dentro de la familia, tendremos una atención a la educación de la fe, especialmente de los niños y de los jóvenes, que son nuestra esperanza cierta, como ha quedado manifiesto en la reciente JMJ. Acompañar a nuestra generación más joven no es un oportunismo demagógico, sino la alta responsabilidad de quien mira el mundo con esperanza y quiere educar en libertad, verdad y belleza a quienes serán los responsables de la sociedad y la Iglesia en los años venideros.

 

Finalmente, los pobres con todos sus rostros, nos piden una reflexión cristiana sinodal. Son los preferidos del Señor con los cuales Él se solidarizó como Dios y Hombre. El “venid a mí, benditos de mi Padre porque tuve hambre…, estuve desnudo…, enfermo…, en la cárcel…” (Mt 25), nos provoca una atención y reclama un compromiso. ¡Cuántos nombres tienen en la actualidad las situaciones que entristecen con penuria y falta de dignidad los rostros de tantas pobrezas que tenemos delante! No nos bastan las explicaciones macroeconómicas ni son suficientes las soluciones políticas. A nosotros se nos pide otra cosa, se nos pide mucho más. Y como comunidad cristiana, como Iglesia Diocesana tenemos que saber mirar, reconocer, acompañar y comprometernos en la caridad, la paz y la justicia.

 

Tendremos una conclusión final, enmarcada en la Nueva Evangelización a la que el Santo Padre y la Conferencia Episcopal Española nos invitan a profundizar. Los sacerdotes, los consagrados y los laicos, cada cual con su problemática y su posibilidad, estamos todos convocados a este momento iluminador lleno de la gracia del Dios que nos acompaña. Será una cita que concluye un trabajo de años, y que abre la puerta para una nueva etapa con el plan de pastoral diocesano que luego vendrá.

 

Invito a toda la comunidad diocesana, tanto los que participan como sinodales como los que no han sido convocados por las diversas representaciones, a que vivamos todos este camino compartido, este sínodo eclesial, pidiendo luz al Señor, intercesión a nuestra Madre la Santina de Covadonga, y a nuestros santos, para que sea un momento de gracia que dé mucha gloria a Dios, sea bendición para los hermanos y genere esperanza en nuestra sociedad.

 

     Con mi afecto y bendición,

 

     + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
     Arzobispo de Oviedo