Era extraña su manera de autocomplacerse. Daba pudor escuchar su continuo bombo en la exhibición de sus luces, sus valores, sus presuntas muchas artes y cualidades. Y entonces alguien le dijo así, a bocajarro: ¿no tienes abuela? Yo tomé nota, y con perplejidad pregunté el sentido de aquella pregunta, que tan pensativo me dejó. ¿Por qué la abuela? ¿Sólo para ensalzar al nieto hasta la exageración, haciendo de clá incondicional con un interminable aplauso? Pero no, es una caricatura, aunque los abuelos no tengan más que ojos para mirarse en sus nietos.
Los abuelos se sienten padres otra vez, sin padecer ya la premura paterna o materna del primerizo que no sabe todavía el oficio, sino que ya llegan sabidos sin ser resabiados. Y entonces gastan de paciencia, de benevolencia, de comprensión, todo ese bagaje que han aprendido con el tiempo deletreándolo en el libro de la vida. Vuelcan toda la sabiduría que han ido aprendiendo en aciertos y errores, en días soleados o llenos de nublados. Tienen una mirada honda que se asoma a un horizonte que quizás no surcarán, pero que tiene la veracidad de ese otro horizonte anterior que ellos han ido día a día amasando, compartiendo, haciéndolo realidad.
Me conmueven los abuelos que ante sus propios hijos como ante sus nietos, son un referente de auténtica humanidad, porque han ido tejiendo en la trama de la vida cotidiana tantas cosas con sus nudos enrevesados que te enredan, o con sus hilos de seda bellamente bordada. Días y noches, soles y lunas, emociones enamoradas o sinsabores que te ponen a prueba. Gracia gratificante con mil bendiciones o mala suerte maldita que te busca y acorrala. ¡Cuántas cosas se han vivido, sufrido, cuantas se han podido brindar y por cuántas se han llorado mil gemidos! Queda ese poso de serena sabiduría que hace que estos abuelos nuestros sean en verdad un regalo, tan grande y sencillo como también inmerecido.
Me impresiona ver ahora a los abuelos ofreciendo su paño de lágrimas, sus casas abiertas, o sus dineros guardados, a los hijos y nietos que por esta crisis malhadada peor lo están pasando. Incluso en la fe, son ellos no pocas veces quienes recuerdan con dignidad a sus hijos la creencia cristiana en la que éstos fueron educados, testimoniándoles sin cesar los valores que nacen del Evangelio. Y con los nietos, ellos representan el punto de enganche con la fe de los mayores, esa fe que los padres de los nietos han podido descuidar o abandonar, y que sin embargo les transmiten como abuelos como si fueran los padrinos o catequistas domésticos.
En esta semana hemos celebrado la festividad de San Joaquín y Santa Ana, que por el hecho de ser los padres de la Virgen María se convirtieron en “abuelos” de Jesús. La Iglesia reconoce con gratitud y mira con inmensa alegría a nuestros venerables y queridos abuelos. Benedicto XVI escribió unas bellísimas palabras recogiendo la importancia que tienen los abuelos en nuestra vida: «incluso en edad avanzada, (los abuelos) seguían estando presentes entre sus hijos, con sus nietos y, a veces, entre sus bisnietos, dando un testimonio vivo de solicitud, sacrificio y entrega diaria sin reservas. Ojalá que los abuelos vuelvan a ser una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. Por lo que respecta a la familia, los abuelos deben seguir siendo testigos de unidad, de valores basados en la fidelidad a un único amor que suscita la fe y la alegría de vivir». Los abuelos son un regalo para la vida, y lo son también para la vida cristiana.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo