Dentro de las celebraciones con motivo de los 1000 años del monasterio asturiano de Cornellana, estamos ante un acto de primer nivel cuando hemos podido admirar el pergamino donde se describe con datos y firmas la fundación del monasterio. “Mil años en tu presencia, son un ayer que pasó”, dice el salmista que ora a Dios para que baje su bondad a nuestros caminos (Sal 89). Mil años y este documento precioso nos lo relata. Efectivamente, no habíamos perdido los papeles. El documento fundacional de este monasterio pone las bases para escribir una historia con los relatos de la vida durante tanto tiempo, cuando la geografía se hace punto de encuentro donde emerge la biografía de una comunidad cristiana. Bajan bravas o mansas las aguas del Narcea con el pasar de los siglos en estos mil años. El monasterio de San Salvador de Cornellana ha sido testigo del silencioso discurrir de este río emblemático a su paso por este rincón de Asturias.
Estamos de enhorabuena por el cumplesiglos tan redondo por los mil años transcurridos con tantos momentos que estaban todavía sin escribir cuando se plasmó en este pergamino el punto de partida de una historia humana, religiosa y cultural que se iría día a día plasmando en este lugar. La vida sabe de sus estaciones que enmarcan el paso de los tiempos y lo que vamos dejando detrás. El imparable devenir nos va dejando su embrujo y su mensaje como una calenda atmosférica. Queda atrás el grito de vida que nos lanzó la primavera con sus meses floridos; también pasa el verano agostador con sus sofocos y holganzas; y antes de saludar un nuevo invierno donde aprendemos a ir a las raíces como decía Rilke, nuestra travesía surca los meses de la magia otoñal.
No es una composición musical como si la vida fuera descrita del mismo modo que Antonio Vivaldi nos cantó en su pentagrama las Cuatro Estaciones. Tampoco es un lienzo en donde el talento de los pintores impresionistas, dejasen plasmados los colores de cada tramo dibujando la luz como Auguste Renoir o Claude Monet. Ni siquiera los maestros de la palabra que con su pluma nos han contado estremecidos los rincones de cada paisaje lo agotan, como hicieran nuestro Juan Ramón Jiménez o Antón Chéjov.
La vida de cada año y los años de toda una vida, se dejan mecer por tantos momentos que se asemejan a inviernos, primaveras, veranos y otoños que nos han contado los artistas. Pero efectivamente, la vida en lo que se refiere a las personas y a las comunidades, caminan en ese vaivén del tiempo con sus horizontes más abiertos y dilatados, al igual que con sus más secretas celosías.
Un monasterio es un lugar de encuentro donde las personas acuden con sus preguntas en la noble búsqueda de la Verdad y la Belleza. Es un espacio donde las heridas se restañan con delicadeza poniendo en ellas bálsamos de paz. Comunidad monástica que sabe de alabanzas a Dios, de convivencia fraterna, y de trabajo cultural que como un precioso legado recibimos en herencia.
Todo comenzó con este documento de la fundación del Monasterio de San Salvador de Cornellana. Los mil años transcurridos nos hablan de los avatares de esta vida concebida, alumbrada y compartida. La comunidad cristiana que sigue escribiendo esa historia aquí y ahora, se sabe deudora de todo un pasado cuya memoria agradece, tiene en sus manos un presente que apasionadamente acaricia, mientras se asoma a un futuro que aguarda con confianza. Si el documento fundacional puso su letra inicial, nosotros como Diócesis que detentamos la propiedad con las puertas abiertas de este monumento cuya iglesia ahora es el templo parroquial, deseamos junto a la sociedad de la que formamos parte, seguir relatando la vida que tiene en el tiempo de nuestros días el punto y seguido de una historia inacabada.