Misericordia, un año de entraña

Publicado el 10/12/2015
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escudo

Es dura la vida cuando nos golpea con su pedernal más impenetrable. Son muchos los moratones que pueden quedarnos en este trasiego de sobrevivir cuando hay tantos motivos, siempre demasiados, para firmar una tregua de paz que ponga sosiego y disipe las negruras en el horizonte de nuestros respiros.

Aquellos primeros cristianos lo vivieron de este modo apasionado. Y todos somos los primeros cristianos de nuestra generación. Lo cantaban como un grito, lo gritaban como un canto, pidiendo al Señor que viniese a abrazarlos, a sostenerlos, a encender una luz que ellos no hallaban, a sentir un cobijo que jamás encontraban. Y lo decían con toda la historia de aquel pueblo fiel al que pertenecían: ¡ven, Señor, no tardes ya! Era el adviento de siempre, el adviento primero y penúltimo que siempre nos embarga y nos convoca para estrenar de veras una esperanza que no engaña ni defrauda.

La dureza que tiene tantos nombres, que empuja más y más nuestros ensueños hacia el abismo de la desconfianza y la tristeza, no goza de la última palabra en nuestra vida. Ha habido quien ha venido a escribir de modo nuevo ese relato que tan terca y temidamente nos embargaba. Un asomarse cada mañana para ver si regresamos de nuestros caminos pródigos y perdidos, un vernos venir de lejos, un salir corriendo a nuestro encuentro para poder anticipar el abrazo deseado, un llenarnos de besos y vestirnos de fiesta. Esta es la historia más hermosa, más inacabada… jamás contada, que Dios nos vuelve a narrar en el corazón para poner al sol nuestra esperanza. Y el nombre de esa trama bendita que pone en jaque la dureza impía que tanto nos asusta y nos daña, es la misericordia entrañable. Sí, porque quien nos la narra tiene ese latido en su divino Corazón tan lleno de una dulce entraña que a misericordia eterna sabe.

El Papa Francisco nos lo decía no hace tanto: “La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva” (EG 24). Y así empezaremos uniéndonos a toda la Iglesia universal un año jubilar dedicado a la misericordia. Demasiadas losas nos caen encima cuando la crisis económica nos atenaza, o se nos rompe lo que más hemos amado, o nos cansan los recuentos de encuestas electorales que nunca se acaban, o se dibuja con preocupación un horizonte violento de terror y fanatismo con todas sus amenazas. Es entonces cuando miramos la misericordia como ese modo con el que Dios nos quiere seguir acompañando a todos sus hijos con su mano tierna y su atenta mirada.

El Papa lo ha dicho al convocarnos para un jubileo tan especial: «un Año Santo extraordinario para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo» (MV 25).

Queda abierto este año especial en la Catedral de Oviedo este domingo, en la que junto a la Basílica del Sagrado Corazón (Gijón) y el Santuario de Covadonga, fijamos en nuestra Diócesis tres referentes para obtener la indulgencia de esta gracia, con la que el Señor sale a nuestro encuentro con la misericordia de su entraña.

 

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo