Quise recordarlo en nuestra cita en Covadonga, en la festividad de la Santina cuando tiene comienzo de alguna manera el curso para nuestra Iglesia diocesana. Vivimos un momento de compleja incertidumbre, desconocemos cómo en los próximos meses van a transcurrir nuestras vidas con esta pandemia que nos condiciona las agendas y las posibilidades. Hay también dentro de nuestras comunidades cristianas, en nuestros espacios y cauces pastorales, incluso en el ánimo de algunos sacerdotes, diferentes maneras de situarse ante esta circunstancia. Hay una premura que nos zarandea y agobia con esta aciaga pandemia, que hace que nos preocupemos con sobresalto discurriendo cómo se arreglarán las cosas que nos desbarata este virus devastador. No tenemos las herramientas adecuadas, son pobres nuestros recursos humanos a la hora de poner nombre a esta situación variopinta y complicada. Cité a nuestro filósofo Ortega y Gasset: “no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”. Y señalaba dos extremos presentes que debíamos evitar. Serían las dos actitudes que por exceso o por defecto, pueden arruinar en este momento nuestra vida cristiana, nuestra apuesta pastoral, el camino que vamos poco a poco escribiendo entre todos como verdadera Iglesia que camina hermanada desde los dones y talentos que cada uno ha recibido vocacionalmente en la Iglesia y la sociedad.
Yo hacía una llamada a la mesura que nos hace responsables, para evitar la incompetencia de quien ignora la gravedad de este momento, así como quien asustado se atrinchera para no hacer nada. Entre los que banalizan las cosas hasta la frivolidad más dañinamente atrevida, y los que se espantan hasta el escaqueo perezoso y comodón, está la medida serena de quien pone los medios razonables para que no se nos escape la vida, tampoco la vida cristiana que hay que seguir nutriendo y cuidando con celebraciones, sacramentos, catequesis, caridad y un adaptado calendario. Porque hay quienes con ojos limpios de negruras y con mirada de largo horizonte, son capaces de asomarse a lo que nos sucede sin censurar lo que nos aflige, y sin dejar de leer y escuchar lo que Dios, buen escribano, nos dice en medio de nuestros renglones torcidos y nuestras conversaciones varias. ¡Quién tuviera ojos capaces de leer entrelíneas y de escuchar con sorpresa!
Las tres grandes cuestiones en las que se decide nuestra credibilidad como creyentes, que de modo especial se nos reclama a los sacerdotes, son las que propiamente constituyen la identidad de una comunidad de discípulos de Jesús: la liturgia y los sacramentos, la catequesis y la formación, la caridad y el compromiso. Por eso, si por miedo o comodidad, descuidamos estos aspectos en estos momentos de especial entrega, estaríamos traicionando a nuestro pueblo y abandonando nuestra autenticidad cristiana.
Y es aquí donde nos jugamos precisamente la fidelidad esperada y nuestra aportación humilde en este momento de prueba y sufrimiento cuando hay tanta gente que nos necesita. Estuvo bien la creatividad telemática cuando el confinamiento nos arrinconó, pero ahora es el momento de abrir las puertas, salir a los caminos y venir al encuentro de las personas con un mensaje de esperanza. Todo con las debidas medidas de prudencia y seguridad que nos indican las autoridades sanitarias, que son de obligado cumplimiento. Pero hemos de sacudirnos los miedos, superar los recelos, y plantear como Diócesis las indicaciones que nos permitan vivir la catequesis en las parroquias, celebrar los sacramentos y ejercer la caridad desde Cáritas. Repito lo de antes: sin ningún abuso por exceso o por defecto. A esto ayuda que no haya nadie que vaya por libre pasándose de la raya o no llegando siquiera a rozarla, sino que nos ayudemos y acompañemos desde las directrices que damos en la Diócesis para acompañarnos debidamente como testigos de la esperanza en este momento.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo