No estamos ahora ante los motivos graves semanasanteros, cuando hace tan poco tiempo recordábamos entre cofrades, saetas y redobles de tambor, los distintos pasos que nos hacían cercana la hora suprema de nuestra redención, en la entrega insólita y desmedida del Señor por todos y cada uno de nosotros. No, ahora no es esta la procesión ni toca. En vez de recorrer nuestras calles principales, nos lanzamos al campo, en dirección a alguna ermita a la que acudir cuales peregrinos con un aire de requiebro a la Señora mientras desgranamos las cuentas del rosario en los distintos misterios de la vida con sus gozos, sus dolores, sus glorias y sus luces.
Es muy hermoso ver en estos compases de nuestro mes de mayo tanta santa algarabía, mientras desgranamos plegarias y cánticos de vieja religiosidad tan verdadera. En esos lugares nos espera alguna advocación de la Virgen bendita, nuestra Madre y de Dios, en donde volver a pedir perdones con una caridad sin trampa, en donde abrigar otra vez la esperanza que no defrauda ni caduca, en donde encender de nuevo la llama de la fe capaz de iluminar nuestros senderos, en donde descorchar nuestros mejores vinos generosos para brindar por lo que es bueno, por lo que es bello, por lo que es justo y verdadero, por lo santo que Dios nos da.
Y nos vestimos de fiesta con nuestras mejores galas, no porque sencillamente toca o para evitar el qué dirán, sino porque responde a la inquietud sincera que se alberga en nuestro adentro, y porque en este mes otra vez se nos convoca para hacernos peregrinos de la paz que Dios regala, de la gracia que nos hace nuevos y de la mejor cosecha de su Buena Nueva, de su siempre Nueva Bondad que nos colma con el gozo del Evangelio, tal y como nos ha recordado el Papa Francisco.
Todo esto forma parte de nuestra vida cristiana, que con sencillez expresa un sentido religioso de arraigo, con raíces profundas de recuerdos imborrables. Ojalá que podamos ir viviendo así este mes de mayo que nos presenta a María a la que acudir con flores, como se acude a una Madre que se quiere, a una Madre a la que agradecer y pedir con el ramo entre las manos de nuestras preces y necesidades.
Haciéndonos romeros de nuestras ermitas no es que queramos evadirnos piadosamente, como quien por un instante se quisiera fugar devotamente de lo cotidiano. Más bien, queremos acudir a estos lugares para poder ver y vivir de modo diverso el compromiso diario con la verdad, con el amor y con la paz. No es fugarnos a un paraíso perdido sino situarnos de otro modo en la realidad, el modo que aprendemos de Dios, de Santa María y de nuestros santos.
Así, sin ir a Roma somos romeros en la romería de María: romería festiva, fraterna, romería de nuestros mejores sueños bendecidos por Dios. Romería de nuestros años mozos o de nuestros días añejos, sabiéndonos de nuevo y siempre peregrinos de esa tierra apacible y de ese mundo habitable que el Señor nos ha prometido y nos ha querido confiar. Que Santa María nos acompañe en la aventura de seguir creciendo como cristianos y personas en los caminos de la vida.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo