A pesar de los fríos invernales, sube la temperatura cuando ves las estadísticas paradójicamente escalofriantes de la gente que se queda sin trabajo. Llevo dos años en Asturias y de un modo tremendo he visto como gente se queda al pairo cuando se va al paro en unas cifras que crecen sin cesar. Detrás de la estadística que nos devora, hay siempre rostros de personas, cuadros familiares, situaciones humanas que nos llenan de preocupación por todas las derivas que entrañan estos números de gentes que van al abismo de la incertidumbre. Una mención especial tienen los jóvenes que no han estrenado siquiera su primer trabajo o que apenas comenzado han quedado sin él.
En medio de esta vorágine desalentadora, los cristianos comenzamos ahora la cuaresma. El Papa en su mensaje para este tiempo litúrgico que empezamos nos habla de cómo hemos de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. Dice él que hemos de fijarnos en el hermano para mirarle con los ojos de Dios. “Este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual”. Y uno de los gestos con los que expresamos la conversión y el compartir es el que a través de nuestra historia bimilenaria hemos concretado en la limosna. No se trata de un gesto sobrante de sobras inútiles, sino un modo con el que queremos acercarnos con respeto a las personas concretas con las que compartir lo que tenemos.
Semejante actitud no se explica por un altruismo conmovido sin más, sino que lo aprendemos del ejemplo soberano y supremo del mismo Dios que siendo rico se hizo pobre por amor a los hombres. El Señor no es un poderoso que se permite firmar cheques a troche y moche, sin despeinarse su plateada cabellera mientras sigue cómodamente en su poltrona de algodón. Ha querido abrazarnos en todas nuestras pobrezas, en todos nuestras penurias que nos dejan desempleados, parados, sin arraigo ni fundamento en todo cuando necesitamos para vivir con dignidad, con verdad, con alegría y esperanza.
Como dice Benedicto XVI en su mensaje para la Cuaresma, “el gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos»”.
Para eso Él se hizo hombre, para recorrer nuestros senderos fatigando nuestras cuestas arriba, modulando nuestras cuestas abajo, o llaneando nuestros caminos llanos. Pero ahí se topó Jesucristo con todos nuestros sobresaltos, nuestras dificultades, nuestros cansancios y contradicciones. Lo vemos en cada rincón de la humanidad cuando ésta se enferma, se trampea, se parte por dentro hasta romperse o se enfrenta por fuera hasta herirse. ¡Cuántas historias con las que Él se cruzó y a las que quiso acercar la luz, la verdad, la bondad, el perdón, la gracia de volver a comenzar!
Un Dios así de limosnero, nos enseña que la limosna más importante es la de darse a uno mismo: nuestro tiempo, nuestros talentos, lo que podemos ser cada cual, y no sólo lo que tenemos o aquello que poseemos de más. La moneda primera que debemos dar es la que representa nuestra propia vida precisamente en aquello que somos ricos ante los hermanos que son pobres de cuanto a nosotros se nos ha dado: la fe, la esperanza, el amor. Y esto se traduce en escucha, en acogida, en misericordia, en paz… mirando a los demás como son mirados por Dios y teniendo ante ellos esas entrañas entrañables que nos hacen testigos suyos.
Lógicamente, tras esa moneda de entregar nuestra vida vienen otras. Porque puedo tener cosas y recursos materiales que me hacen rico frente a los que tienen menos o no tienen nada. No sólo el dinero, pero también el dinero. Mirar al otro, fijarme en el otro, y preguntarme qué moneda, qué limosna puedo darle de lo que soy y de lo que tengo. Seguro que habrá tantas cosas con las que acercarme con respeto y caridad, llenando su corazón de alegría y su futuro inmediato de esperanza y de paz.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo