Los consagrados, don para nuestras Diócesis

Publicado el 05/11/2015
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escudo

 

Esta semana tenemos en Covadonga un encuentro de Obispos, Vicarios, Arciprestes y Delegados de la Vida Consagrada de nuestra Provincia Eclesiástica como Archidiócesis: Oviedo, Astorga, León y Santander. Estamos en este lugar especialmente querido en Asturias, corazón espiritual de nuestra Diócesis al amparo de la Santina de Covadonga. Los aires de reconquista que los reyes cristianos vieron nacer aquí, nos impelen siempre a otras maneras de reconquistar lo que acaso hemos olvidado o descuidado por no escucharlo ni hacerlo presente. Es la reconquista de nuestras raíces cristianas y eclesiales, tanto comunitarias como personales, que en este lugar pedimos como gracia a la Madre de Dios.

Una de las cosas que afirmamos en nuestros encuentros de Provincia Eclesiástica, es que podemos compartir las luces y las sombras, los problemas y las soluciones. El hecho de estar en una realidad tan próxima como común, geográfica, social y culturalmente, hace que nuestras comunidades cristianas tengan este horizonte fácilmente compartible desde el análisis pastoral que podemos hacer. Así lo hemos constatado en tantas preguntas que nos hacemos y las respuestas que hallamos y ponemos en común fraternalmente.

Esta edición de nuestros encuentros bianuales, tiene como temática una de las tres vocaciones básicas que conforman el tejido eclesial del Pueblo de Dios: la Vida Consagrada. Los consagrados en cualquiera de sus formas de seguimiento de Cristo, no son cristianos aislados por haber sido llamados a un modo de consagración, sino que su llamada personal, su vivencia comunitaria y la misión carismática que se les ha confiado, están en estrecha relación con las otras dos vocaciones que representan los ministros ordenados y los cristianos laicos. Pero para establecer la correcta relación que existe entre la vida consagrada y las otras dos vocaciones cristianas dentro de una Diócesis, han de concretarse unos cauces para las mutuas relaciones que nos permitan trabajar juntos enriqueciéndonos mutuamente, sin exclusiones y sin invasiones en el ámbito de cada uno, ante el reto de una nueva evangelización para nuestros contemporáneos.

El Papa Francisco ha dedicado un año a la vida consagrada. Está siendo una hermosa ocasión para reflexionar sobre lo que son los consagrados como testigos del amor de Dios y como bendición enriquecedora en nuestras Diócesis.La vida consagrada en el conjunto de la historia cristiana ha de ser consciente de la herencia que ha recibido y ha de ser responsable ante la tarea en porvenir. Entre esa herencia y esa tarea se abre apasionante el presente único que Dios, Señor de la historia, pone en nuestras manos. La actitud justa de quien quiere vivir ese momento no descansa en la nostalgia del pasado, ni en la prisa por el futuro, sino en el lúcido y agradecido compromiso con el hoy, donde Dios, de tantas formas, nos invita a ser su profecía, su alabanza, a ser su consuelo, a seguir narrando su fidelidad misericordiosa desde una historia de santidad.

Este es el precioso y preciso testimonio que la Vida Consagrada puede ofrecer en el mundo actual como parábola viviente del amor de Dios, verdadero regalo para nuestras Diócesis, porque como decía Benedicto XVI, «dentro del pueblo de Dios las personas consagradas son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia». Los sacerdotes, los consagrados y los laicos, formamos ese Pueblo de Dios que abraza eclesialmente a los que más necesidad tienen de misericordia y de sentido de la vida. Un reto y un regalo para nuestras Diócesis.

 

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo