Llueve sobre mojado, solemos decir cuando vemos que repite el infortunio en algo o cuando insiste la desgracia malhadada. Llueve sobre mojado, sobre todo si son las lágrimas las que más mojan la calle de la vida de las personas.
Hace un año escribí una carta sobre Haití tras el terremoto que sufrió ese pueblo hermano, y lo quise titular Haití: Dios llora en la tierra, parafraseando el título de un libro que vale la pena leer del célebre religioso holandés: el P. Werenfried van Straaten, fundador de la Organización Católica “Ayuda a la Iglesia Necesitada”.
Entonces decía que de nuevo hemos sido humillados en donde más nos duele: los pobres más pobres. No es la mano justiciera de un hada vengativa que se ríe de los opulentos del tener y del poder, sino un extraño e indeseado infortunio que se zafa ante un pueblo de por sí precario y mendigo. Haití ha sido y sigue siendo en su interminable morgue, un tremendo dedo acusatorio que no sabemos a quién se dirige ni quién lo enarbola. Pero un dedo que se mete intruso en nuestra llaga más vulnerable y nos hace espantarnos ante una tamaña tragedia que nos deja sin hálito, sin palabra, sin nada.
Pero llueve sobre mojado, cuando a las lágrimas propias de algo tan desbordante que sin aviso nos asoló, surgen también otras menos impresionadas y conmovidas, más cercanas quizás a la indignación enrabietada, cuando nos preguntamos qué ha pasado con las ayudas prometidas, con las dietas que fueron todas cobradas, con las comisiones del paripé y los observadores de la nada en nombre de nadie, pero forrándose a tutiplén de unos dineros que no les queman en las manos, de unos intereses que no dejaron de incluir en sus facturas, de una riqueza súbita que se aupó en la pobreza más desvalida de los hermanos parias sin techo, sin hogar, sin hacienda, sin familia.
Esta es la lluvia fina, que se hace ácida cuando te haces mil preguntas sobre ciertas organizaciones no gubernamentales que viven del cuento… de no acabar. Sin duda alguna hay ONG’s que son un ejemplo de verdadera solidaridad humana y cristiana. Tenemos sus hombres y es preciso no dejar de tomar buena nota. No son pocas, pero por citar algunas bien conocidas y de sobrada limpieza en sus planteamientos, en sus honestidades y en su deseo sincero de acercar a una tragedia cualesquiera la ayuda que por amor a Dios y a los hermanos quieren acercar y compartir, citemos al menos estas: Cáritas, Manos Unidas, Ayuda a la Iglesia Necesitada y Cesal. Hay más, también vinculadas a congregaciones religiosas diversas que ahora sería prolijo elencar.
Cuando en Brasil el infortunio natural arrecia en estos días, y las alarmas suenan con su timbre de catástrofe que llama a la solidaridad cristiana, el Pueblo de Dios sabe ponerse en su sitio, apretarse el cinturón de su ya maltrecha economía y compartir fraternamente con quienes tienen menos lo que en estos momentos más necesitan.
Vuelvo a la gran pregunta que tantos se han hecho: ¿Y Dios, dónde estaba? Sin duda que no estaba jugando al golf, haciendo turismo estirado o distrayéndose podando bonsáis. Dios estaba en las víctimas, muriendo con ellas una vez más. Pero también está en la gente que está entregado su tiempo, su dinero, sus talentos y saberes para ayudar a sus hermanos: ahí están las manos de Dios repartiendo ternura, ahí sus labios diciendo palabras consoladoras, ahí sus silencios cuando es callando como se dicen las mejores cosas, ahí su corazón cuando sabe palpitar con el latido de la gente que tiene entraña.
Nos unimos al dolor de esos pueblos hermanos, y nos brindamos de tantos modos a ayudar a cuantos necesitan todo tipo de consuelo, de esperanza, para levantar todo desde las cenizas. Es la caridad en la verdad. El amor hecho gesto. La fe que tiene obras.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Adm. Apost. de Huesca y de Jaca