La pobreza nunca es anónima

Publicado el 12/09/2013
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escudo

 

    Lo abordé en unos de los puntos de mi homilía en la festividad de la Virgen de Covadonga. Allí, ante nuestra Santina, la pobreza que supone perder el trabajo se hizo oración y reclamo para quienes pueden y deben hacer algo al respecto. Yo recordaba en mi homilía que los medios de comunicación social nos sirven cada día una serie de porcentajes estadísticos, que nos permiten seguir los datos macroeconómicos que tienen que ver con el índice de paro laboral, el baremo de la prima de riesgo, las cifras de la población activa, el termómetro bursátil, la balanza comercial… Podría parecer que este elenco de números, esta ensalada de conceptos, esconden tras de sí un problema que es anónimo y que no incide en la vida real de las personas porque desconocemos quiénes son. Sin embargo, cuando un joven no logra encontrar su primer trabajo tras largos años de preparación seria, cuando un adulto lo pierde sin apenas esperanza de reencontrar otra salida, cuando una empresa despide por cierre o reajuste una parte o la totalidad su plantilla, no estamos hablando de números sino de personas que tienen rostro, que tienen familia, que tienen edad y domicilio. Es ahí donde las estadísticas toman el rostro de las personas tocadas y hundida, es ahí donde los números nos dicen cómo se llaman, dónde viven y porqué se desesperan.

    Es el momento concreto que nuestra sociedad y nuestra región está viviendo en la situación hiriente y preocupante de quienes no encuentran trabajo, de quienes lo están perdiendo, de quienes tienen serios problemas para llevar una vida digna tocando aquello que afecta a la comida, a la vivienda o a las medicinas. Quedarse sin trabajo o sin hogar, no es una cuestión simplemente socioeconómica o política que pueda resolverse con soluciones técnicas y con pactos entre los gestores de la cosa pública. La situación de este drama humano describe una tragedia concreta, tejida del sufrimiento que viven las personas concretas. Hermanos nuestros e hijos de Dios, a quienes su situación rompe, frustra y margina de tantas maneras.

    La Iglesia tiene un compromiso con todos estos hermanos que llaman diariamente a nuestra puerta. Cáritas y todas nuestras instituciones que en nombre del evangelio viven la solidaridad, saben lo que es acoger, sostener y acompañar con palabras y gestos a la parte de la sociedad más vulnerable y herida. Salimos al paso de sus necesidades más básicas, y prevenimos también que nuevos escenarios no tengan determinadas derivas. Comedores sociales, bolsas de trabajo, centros de acogida y albergues, programas de educación solidaria, defensa de niños y mujeres en situación de riesgo de la violencia atenazante o jóvenes y adultos en riesgo de exclusión social, ayuda económica contante y sonante. Nuestro nuevo Plan de Pastoral diocesano, incluye  prioridades concretas y objetivos precisos para salir al paso de esta necesidad que nos pide un compromiso cristiano con los más desfavorecidos. Debemos hacer verdad que “La ciudad se llenó de alegría” (Hch 8,8), como reza el título que hemos dado a este Plan: porque “en la caridad y el servicio nos jugamos nuestra credibilidad como cristianos. En este momento los nuevos rostros de pobreza nos están pidiendo una apuesta de servicio pastoral que con entraña samaritana reconozca en ellos los rasgos dolientes de Jesús y desde Él anuncie el evangelio que trae gracia, esperanza y libertad” (PPD 2013-2018, pág. 17). Este es nuestro compromiso cristiano mirando al Señor y mirando a sus hijos, porque la pobreza concreta debe atenerse a una caridad que también lo sea.

 

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo