En el mes de febrero del año 2005, el entonces cardenal Ratzinger fue enviado por el Papa Juan Pablo II para presidir en la Catedral de Milán los funerales de Mons. Luigi Giussani, fundador del movimiento apostólico Comunión y Liberación. En una homilía inolvidable que no fue leída, comenzó recordando a este gran sacerdote italiano educador de tantas generaciones de jóvenes: «Don Giussani creció en una casa pobre de pan, pero rica de música, y así desde un primer momento fue tocado, más aún, fue herido por el deseo de la belleza; no obstante no se contentaba con una belleza cualquiera, con una belleza banal: buscaba la Belleza misma, la Belleza infinita. Y así encontró a Cristo, verdadera belleza, el camino de la vida y de la verdadera alegría».
Este apunte nos da uno de los perfiles más destacados en la manera de ser de este gran Papa, profundo pensador que a través de su palabra y su pluma expresa con hondura, sencillez y belleza el eterno mensaje del Evangelio a nuestra generación. No es un secreto el hecho de que Benedicto XVI es alguien que ama la música. Y lo manifiesta el hecho de los conciertos que a veces le ofrecen en Roma o en Castelgandolfo.
Al comienzo de su Pontificado se le ofreció un concierto por parte de la Orquesta Sinfónica de Stuttgart (Alemania). Al final del mismo, tuvo unas palabras elocuentes en las que dejaba entrever el valor y el significado que tiene la música para él: «Estoy convencido de que la música… es realmente el lenguaje universal de la belleza, capaz de unir entre sí a los hombres de buena voluntad en toda la tierra y de hacer que eleven su mirada hacia las alturas y se abran al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su manantial último en Dios mismo. Al echar una mirada hacia mi vida pasada, doy gracias a Dios porque puso a mi lado la música casi como una compañera de viaje, que siempre me ha dado consuelo y alegría. También doy las gracias a las personas que, desde los primeros años de mi infancia, me acercaron a esta fuente de inspiración y de serenidad. Doy las gracias a los que unen música y oración en la alabanza armoniosa de Dios y de sus obras: nos ayudan a glorificar al Creador y Redentor del mundo, que es obra maravillosa de sus manos. Y expreso el deseo de que la grandeza y la belleza de la música os den también a vosotros, queridos amigos, nueva y continua inspiración para construir un mundo de amor, de solidaridad y de paz».
Parafraseando a Paul Claudel, podemos decir que la música, como la noche, se prestan a ser cómplices de Dios. Tanto es así, que hay una belleza que nos ha dejado “heridos”, como recordábamos antes en esa homilía de Ratzinger, esa herida que lejos de destruirnos nos convoca a la verdad bondadosa para la que hemos nacido. De este modo, la música nos hace un guiño que no es travieso ni banal, sino que nos viene a chistar para entrar en esa inefable belleza que es la que ensueña siempre nuestro corazón. Toda audición nos debe permitir no simplemente disfrutar de la buena música desde la estética, sino también intuir o reconocer el lenguaje que nos acerca un mensaje que tiene que ver con cuanto en el corazón nos palpita como exigencia humilde de felicidad, esa que coincide precisamente con cuanto Dios nos ofrece como último destino.
Con estas nos vamos a Roma, para el concierto que la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias ofrece al Santo Padre Benedicto XVI, con motivo de los veinte años de su comienzo musical. El mismo Papa aceptó gustoso la iniciativa pidiéndonos que fuera música española o inspirada en España. Obras de M. De Falla, I. Albéniz, R. Strauss, y N. Rimsky-Korsakov serán las que bajo la batuta de Maximiano Valdés, se ofrecerán al Santo Padre en la Sala Pablo VI. Es la primera orquesta española que actúa en el Vaticano ofreciendo un concierto sinfónico al Papa. Asturias está de enhorabuena por poder expresar musicalmente ante alguien tan significativo como el Sucesor de Pedro, la belleza de nuestra tierra, la nobleza de nuestra gente, algo “guapo” de verdad.
Tal y como decía Benedicto XVI al final del concierto que le ofreció hace sólo unos meses la Orquesta Nacional de Hungría en recuerdo de Franz Listz, escuchando la dramaticidad de un salmo que compuso el conocido músico, «aunque la humanidad siente el peso de la maldad que existe en el mundo, Dios no nos abandona. Él nunca nos traiciona ni nos olvida». No es mala conclusión en estos momentos de incertidumbre: que a través de la belleza que despierta la buena música, podamos sentir de veras el atisbo de esperanza que anida en nuestro corazón y la certeza de esa compañía del Buen Dios capaz de sostener nuestra confianza y fundamentar nuestra alegría.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo