La Iglesia Diocesana: patio de paso y casa de hogar

Publicado el 05/06/2011
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escudo

 

El patio de mi casa es particular. Así rezaba el clásico cantar infantil para hablar de ese terruño más de dentro, más de familia, más del espacio que te vio nacer y crecer. Y es que hay siempre una dimensión en la vida de las personas, que permite que nos sintamos y seamos verdaderamente en casa: como un lugar en donde no somos ni extranjeros ni extraños, en donde nos sabemos seguros, en donde la gente que nos quiere nos rodea, en donde saben nuestro nombre, donde han sabido descubrir nuestros talentos y sin escandalizarse de nuestros límites y debilidades. Por eso, volver a ese recinto, a ese hogar, es decir con todo su sentido: qué alegría da volver a casa.

 

La comunidad cristiana tiene mucho de todo esto. Tanto es así, que la palabra griega y latina con la que se empezó a denominar a la comunidad de los discípulos de Cristo, fue aquella que luego se impuso a través de su bimilenaria historia: ecclesia, iglesia, que significa “asamblea”. Y más tarde se aplicó incluso el calificativo de “doméstica” para darle ese tono familiar que tuviera el carácter entrañable propio de un hogar. La iglesia doméstica es la casa cristiana, y en ella se debería mirar cualquier realidad eclesial: la parroquia, el convento, la asociación, la diócesis.

 

En este domingo celebramos una jornada especial en nuestra iglesia diocesana, que quiere precisamente recordarnos lo que significa el patio de mi casa que es particular. Lugar de paso, lugar de encuentro, lugar de descanso y de sano divertimento. Eso es un patio. Es verdad que también se puede prestar a otro tipo de intercambios menos amables y más peleones dando lugar a la insidia, a la maledicencia, a la maquinación. Pero un verdadero patio de buenos vecinos, es ese lugar en donde con el respeto debido a la libertad e intimidad de cada uno, se pasa y se pasea nuestra vida delante de los demás; y porque no son extraños ni hostiles, ese paso nos propicia el encuentro sincero con lo que cada uno es, lo que espera, lo que ama, lo que teme, compartiendo amistosamente la caridad que nos hace vivir unidos; sólo así el patio de mi casa es tan agradable, que supone un verdadero descanso entrar y pasar por él.

 

Nuestra iglesia diocesana, quiere ser un patio cristiano donde se vive la vida así. Y por este motivo, colaboramos unos y otros no solamente en la catequesis con la que formamos la fe de nuestros niños, jóvenes y adultos, ni tampoco únicamente en la expresión de esa fe a través de los sacramentos y la liturgia, sino también con la caridad que se hace gesto de solidaridad amorosa que sale al encuentro de los más necesitados.

 

El día de la iglesia diocesana es algo más que una colecta, aunque tenga en la colecta un cauce de expresión de nuestra comunión hermanada. Sabernos miembros de una comunidad cristiana que celebra su fe, que la forma y la testimonia, y que pone nombre a las necesidades comunes que no duda en compartir. Porque además de las obras catequéticas y asistenciales, también las iglesias como tales, las ermitas, los centros parroquiales, son patrimonio de este pueblo de Dios que entre todos los que formamos parte de él debemos saber custodiarlo con gratitud y deseamos mantenerlo en pie.

 

Hogar entrañable, patio de vecindad, iglesia diocesana. Ahí el Señor es reconocido al partir el Pan, habiéndonos abierto los ojos, mientras nos dejaba el corazón encendido. Qué bueno es que los hermanos vivan unidos en la casa del Señor.

 

       Recibid mi afecto y mi bendición.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
       Arzobispo de Oviedo