La habanera en el mar de la vida

Publicado el 15/07/2012
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escudo

 

Muchas veces he dicho lo hermoso que es el paisaje variopinto de Asturias: ciudades grandes y señoriales, villas con su encanto y nobleza, valles y cuencas con su hondura y desafíos, pueblos de alta montaña revestidos de humilde señorío, y los lugares bañados por las aguas bravas de nuestro mar Cantábrico. No en vano se dice Asturias, en plural, porque son muchas las que caben en una historia noble, larga, de naturaleza sorprendente y de mucha gente buena y lozana. En tantos puntos de nuestra geografía asturiana, se celebra la llamada “Virgen de Julio”, la festividad de Nuestra Señora del Carmen, como la “Virgen de Agosto” es la Asunción de nuestra Señora.

 

Alguna vez he comparado nuestras orillas marineras con una habanera, porque algo tienen de ese cantar. Dulce y romántico, triste sin ser trágico, viene a poner música a la letra de la vida. Este canto nos habla del adiós de quien hubo de partir surcando mares y traer bonanza en economías maltrechas. Pero también nos habla de la nostalgia de quienes llegando allá no podían ni querían olvidar la “tierrina” y la gente muy querida que se quedó junto al hogar, ese fuego hogareño en torno al cual se contaban historias inocentes, o picaronas, o divertidas. ¡Cuántas estrofas tienen los versos de la vida! Una vida que nace y crece, que se hace fuerte y atrevida, que se enamora bordando con el hilo de la fidelidad la trama cotidiana. Una vida que enferma, que duda, que tropieza y cae, que comete incoherencias, malicias y que echa borrones, sin dejar nunca de soñar para lo que fue creada. La vida es como una habanera, que mece con música y letra lo que nos llena de esperanza resultona y lo que nos arruga con miedos inconfesables. Pero la habanera no es canto triste, nostálgico tal vez, capaz de abrirnos a lo positivo de la vida, a todo eso de lo que está hecho el corazón humano y a lo que no sabemos renunciar ni tampoco puede perecer.

 

En esta orilla, con esta tonada de melodía estival, nos llega esta querida advocación a la Virgen del Carmen. Los marineros lo saben bien, y en tanto faenar estéril o fecundo, en medio del oleaje bravío o con aguas en calma, la barca de sus vidas ha surcado mil mares cada día. En este sentido todos somos un poco gentes del mar, ya que la vida se presta a ser comprendida como una larga travesía que va desde la orilla de la nada cuando aún no existíamos, a la orilla de la eternidad cuando existiremos para siempre junto a Dios.

 

No siempre el mar nos ofrece su serena bonanza, sino que a veces se encrespan sus olas hasta poner en jaque casi mate nuestra fe y nuestra confianza por los avatares de los diversos temporales con que la vida puede acecharnos. No siempre el mar nos permite ver el horizonte claro de aquella tierra a la que nos dirigimos, y podemos perder el rumbo y la brújula sumiéndonos en una tremenda confusión. Por eso también nosotros invocamos a María en su advocación del Carmen, para que haga la travesía con nosotros, para que lleve el timón y ayude a otear la tierra nueva, y de esa manera nos mantenga vivos y navegantes hacia la playa en la que Jesús nos espera con las brasas encendidas, los peces listos para comer y su corazón dispuesto para el perdón… porque sólo Él –incluso más que nosotros mismos– sólo Él sabe que a pesar de todo le amamos.

 

Carmen significa canto. Esta es la canción que hoy entonamos como feliz tarareo de un viaje feliz con esta nuestra Virgen de julio que con nosotros rema en el mar de la vida teniendo desplegadas las velas de nuestra libertad al soplo del Espíritu de Dios.

 

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo