JMJ: Huracán de gracia y bondad

Publicado el 04/09/2011
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escudo

 

Después de varias semanas del evento, seguimos recordando con inmensa gratitud lo que nos aconteció en nuestra tierra con la celebración de la JMJ en Madrid y en los días previos en nuestra Diócesis. Fue como un huracán bondadoso capaz de aligerar de nuestras ramas las hojas secas que nos lastraban, y capaz de regar nuestras viejas raíces con agua bendita.

 

Quien de modo libre y respetuoso, con la verdad, se haya asomado a este momento que hemos vivido todos en España, podrá reconocer el regalo inmerecido que a tantas personas de bien les ha sido concedido. Han sido tantas las anécdotas preciosas y positivas, que no vale la pena ni siquiera recalar en las escasas historietas que no por jaleadas adquieren la importancia y la incidencia vociferadas.

 

Personas adultas conmovidas, alejadas de la fe y de la práctica religiosa, que de pronto se sienten tocadas en su corazón y te vienen a pedir confesión de sus pecados después de más de treinta años al margen, y con lágrimas dulces te expresan sus amargos resentimientos; y con una luz gratuita te hablan de sus muchas oscuridades; y con un deseo sincero de volver a empezar, relatan el mucho daño que les había hecho estar parados o el ir hacia atrás sin Dios y su gracia, sin la Iglesia y su compañía. ¿Por qué este súbito cambio? ¿Quién se les apareció con susto traicionero para pedirles cuentas o para amenazarles seriamente con infiernos? Nadie en particular, nada que sea fácilmente relatable. Sencillamente el espectáculo de una juventud distinta que tiene la osadía de creer contracorriente, que es rebelde ante las reducciones mezquinas del corazón con sus preguntas y sus miras. Y, así, de pronto y sin previo aviso, sale de nuevo el joven que llevaba dentro y que se hizo adulto con vacío y sin alegría, para hacerle madurar de nuevo con la mirada de Dios llena de misericordia capaz de poner de nuevo la esperanza en su alma y en su rostro la sonrisa.

 

Un cura me lo confirmó también, con una humildad que todavía me deja sorprendido. Estaba él escéptico de la iniciativa del Papa, pero no sólo indiferente sino enfadado también por la que muy a su pesar le sobrevenía. Criticó a todo lo que se movía, y ufano sacó su clásica batería de reparos de teología rancia y estéril para reafirmarse de que la movida no valía la pena, que era anacrónica, que no serviría. Y así, entre su escepticismo enfadado y la denuncia interior que el tanto temía, se defendió de este modo para sacudirse la oportunidad que ni él mismo adivinaba le estaba dando el Señor. Y así llegaron los jóvenes también a su parroquia, y les vio cómo rezaban, y cómo convivían, y cómo tenían en sus ojos una alegría esperanzada que él hacía años que perdió. De pronto, su corazón también resultó tocado. Hacía falta mucha humildad para reconocer sin retórica lo que con sencillez reconoció: “Los chicos tienen razón, el Papa tiene razón; ante mi sacerdocio estéril, aburrido, regañón y disidente en mis bobadas e ideologías, reconozco que aquí el único descolocado era yo”.

 

Cuántas escenas así, cuántos relatos podrían hacerse. Dios ha pasado entre nosotros con una Iglesia que sigue estando viva y que es así de esperanzadamente joven. Quien no censure el hecho, quien crea con sencillez y se deje interpelar, reconocerá igualmente conmovido que estos chicos y chicas, nueva generación cristiana, no sólo son la juventud del Papa, sino el rostro nuevo de una esperanza distinta. Por ellos pasa la primavera real de una sociedad y una Iglesia que están de enhorabuena.

 

     Recibid mi afecto y mi bendición.

     + Jesús Sanz Montes, ofm
     Arzobispo de Oviedo