Iglesia y política

Publicado el 23/06/2016
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escudo

 

En una reciente audiencia con estudiantes de colegios de jesuitas, el Papa Francisco respondía a la pregunta de uno de los chicos sobre la implicación entre política y cristianismo: «es un deber, una obligación del cristiano, involucrarse en la política aunque sea “demasiado sucia” porque al estar en ese ámbito se puede trabajar por el bien común. Nosotros no podemos jugar a Pilato, lavándonos las manos. Debemos inmiscuirnos en la política porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y los laicos cristianos deben trabajar en política. ¿Por qué es demasiado sucia la política? ¿Por qué los cristianos no se han involucrado con su espíritu evangélico? Es fácil decir “la culpa es de aquel”… pero yo, ¿qué cosa hago? ¡Es un deber! Trabajar por el bien común es un deber de un cristiano! Y muchas veces para trabajar el camino a seguir es la política».

Alargando esta advertencia del Papa Francisco, me resulta interesante la reflexión que el arzobispo de Granada, Mons. Javier Martínez, acaba de publicar en su blog sobre el momento que estamos viviendo en España: «en estas circunstancias se entiende el desapego a la política, se entiende también la indignación. Y no sólo la indignación de la gente de derechas, sino también la de muchas personas de izquierdas, que se toman en serio su propia vida, la de los demás, el mundo en que vivimos y el para qué de todo. Pero la frustración resignada, o la indignación que es expresión de hartura (hartura de mentiras, hartura de propaganda, de luchas de poder, de humo y de nada), se convierten fácilmente en carne de cañón. Son fácilmente manipulables. Nunca construyen nada.

¿Dónde está en todo esto el pueblo cristiano? Una parte de la respuesta, y hasta de la explicación del silencio, puede nacer de la experiencia del precio altísimo que ha pagado la Iglesia, durante el siglo XX, por la manera como algunas dictaduras han utilizado o han tratado de utilizar a los cristianos. En ese tipo de mezcla, las categorías cristianas básicas son profundamente deformadas, con más o menos sutileza, al servicio del poder (ya sea el de la raza, el de la nación o de los intereses económicos). Los cristianos que creen poder servirse de las ventajas que ofrece una posición de influencia para el bien de la evangelización de la sociedad, no tardarán mucho en experimentar la amarga decepción de haber sido usados, con su complicidad más o menos ingenua, en función de unos intereses que poco o nada tienen que ver con sus preocupaciones hondas y con su tradición».

Por eso, me permito decir en voz alta que desde esta sana y crítica distancia de la posición cristiana y la política, no podemos estar fuera de ese ámbito porque formamos parte con nuestro ADN y nuestro DNI de esa polis de ciudadanos como cristianos. Pueden censurarnos, perseguirnos, ridiculizarnos, provocarnos, pero es preciso decir que nuestro modo de ver las cosas: en el trabajo, la familia, la educación, la vida, la libertad, no responde a consignas de partido, ni a las involuciones nostálgicas de dictaduras de antaño, ni a la pretensión de revoluciones de escrache antisistema de hogaño. Es la gran responsabilidad que tenemos los cristianos ante unas elecciones generales cuando nos guiamos no por los debates o mítines demagógicos, ni por las encuestas saturadoras, sino por el bien de nuestro pueblo cristiano que tiene valores irrenunciables, la tradición de un pasado para no olvidar y la audacia de un futuro que seguir construyendo. Es nuestra aportación a la polis de la sociedad a la que como cristianos pertenecemos.

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo