Era máxima la expectación. Curiosamente, la elección del siguiente Sucesor de San Pedro hizo que hubiera una inusitada atención a una humilde chimenea que nos traería con su “fumata” blanca la noticia esperada de saber que había un nuevo Papa en la Iglesia. Ayer sonó con fuerza el “extra omnes” que sumió en la clausura de la capilla Sixtina a los cardenales electores. Por ellos hemos rezado en esas horas decisivas en las que tendrían que elegir al Papa. No es la curiosidad mundana, ni el sortilegio quinielístico, ni las cábalas ideologizadas lo que nos movía a nosotros en esta mirada. Pedimos a la Virgen María que hiciera de aquel espacio un nuevo Cenáculo donde irrumpiera el viento del Espíritu Santo como en un nuevo Pentecostés que necesita la Iglesia, para que los cardenales electores descubriesen al Sucesor de Pedro que en esta coyuntura de la historia de la Iglesia y de la humanidad, nos quiere volver a regalar la Divina Providencia.
La expectación ha sido colmada y ya sabemos quién va a calzar las sandalias del pescador como hace dos mil años hiciera Pedro. Más allá de tantos pronósticos y elucubraciones, tantos temores asustadizos o ansiedades pretenciosas, ha salido al balcón de la Basílica de San Pedro un hombre con su nombre y apellido: Robert Francis Prevost. Con su identidad vocacional: fraile agustino. Con su bagaje histórico y cultural: estadounidense de origen español, y con una experiencia pastoral como obispo en la pequeña diócesis peruana de Chiclayo. Fue prior general de la Orden de San Agustín y ahora Prefecto del Dicasterio de los Obispos. Estas son sus credenciales humanas, cristianas y eclesiales.
Minutos antes de saber quién aparecería en ese balcón, había comentaristas del ámbito religioso que hacían conjeturas sobre cómo aparecería: si con la sotana blanca o con la muceta y estola de siempre, si saludaría brevemente o si se extendería en un primer mensaje con dedicatoria, si hablaría en italiano o en otra lengua diferente. Una vez más Dios tiene sus caminos, y nos regala en sus hijos lo que realmente necesitamos en este momento de andadura humana y eclesial, en nuestro contexto histórico e internacional.
Sus gestos en la aparición ante los fieles y su texto en sus sentidas y prolongadas palabras han sido elocuentes: «La paz esté con vosotros». Es el saludo pascual de Jesús resucitado, no un amaño de consenso para parchear conflictos en curso. Es la paz que devuelve la bondad perdida al corazón, que abre horizontes de esperanza cuando todo estaba amenazado, que dibuja la belleza en el mapa de nuestros días manchado por la violencia, la mentira y la maldad. La paz de Dios que nos permite volver a empezar de nuevo como experimentaron los primeros cristianos. Lo ha dicho León XIV como una proclama tan antigua y tan nueva, capaz de desafiar cualquier reto que nos abruma desde los males bélicos, los infortunios económicos, la insidia de la mala política, la salud precaria o los temores varios: «Dios nos ama a todos y el mal no prevalecerá». Es un recordatorio fresco y confiado como el descubrimiento de un niño que sabe de quien se puede fiar: «Estamos todos en manos de Dios».
Se abre así un nuevo tiempo que nos traerá poco a poco lo que a través del Papa León XIV Dios recordará, reorientará o consolidará del camino trazado por una historia larga de dos mil años de cristianismo: el testimonio de tantos santos, mártires, pastores, cristianos sencillos que han vivido en diversos escenarios el mensaje del Evangelio acercando la luz de Dios en nuestros apagones, su paz en los conflictos, su ternura en las desesperaciones, su bálsamo para nuestras heridas todas y su gracia en todos nuestros rincones. Damos gracias a Dios por el nuevo Papa León XIV y le acompañamos con afecto filial y con nuestras oraciones. ¡Viva el Papa!
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo