Cada dos de febrero se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Contamos con numerosas comunidades en nuestra Diócesis tanto de vida apostólica como de vida contemplativa. Es providencial que esta efeméride coincida con la aparición de un libro mío dedicado a esta vocación eclesial: La fidelidad creativa. Itinerario de renovación de la vida consagrada (BAC. Madrid 2017). Con este binomio de la fidelidad creativa indico un camino a seguir: ni vivir de las rentas que terminan caducándose, ni ensoñar quimeras que nos hagan irreales, ni pactar con un presente que puede sofocarnos en estéril mediocridad. Pone en juego la libertad humana ante la gracia que Dios siempre promete y regala: para agradecer la larga historia de un pasado que nos contempla como herencia, para acoger esperanzados un futuro que nos aguarda, mientras se reconoce apasionados el presente que cotidianamente nos desafía y acompaña. Esa conjugación de los tres tiempos verbales de una historia de salvación que tiene pasado, presente y futuro, es lo que suscita la fidelidad creativa a la que invitaba San Juan Pablo II a los consagrados.
Las formas pueden cambiar, pero la vida consagrada es vocación divina, por lo que no puede desaparecer, aunque sí transformarse a través del tiempo. Toda una invitación a la fidelidad creativa como cauce de la verdadera renovación de la vida consagrada a la que ya desde el Vaticano II fuimos invitados a pedir como gracia, a acoger como don y a testimoniar humildemente para gloria de Dios, edificación de su Iglesia y bendición de tantos hermanos. Es la renovación que hace nuevas todas las cosas (cf. Apoc 21,5), no la simple reforma que retoca las apariencias. Aquí reside el reto que nos desafía y por él deambula la respuesta a la gracia que nos reclama, nos espera y acompaña.
En definitiva, esta apertura a la gracia imprevisible y siempre inmerecida que nos permite reestrenar lo que de suyo se nos da como un don nuevo cada día, capaz de renovar la vida entera cada mañana, es esa audacia de la que habla el papa Francisco a propósito de una renovación verdadera. Como dice él, «si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia» (Evangelii gaudium, 129)
Tengo una deuda fraterna con mis hermanos franciscanos a quienes con gratitud está dedicado este libro, pero también con otras realidades eclesiales que han sostenido mi fidelidad haciéndola creativa. Menciono al movimiento de los Focolares, Comunión y Liberación, Schönstatt. Y digo lo mismo a mis compañeros de cátedra en la Universidad San Dámaso de Madrid, profesores y alumnos con los que he hecho un camino de búsqueda de la verdad y de hallazgo de la belleza. O en las encomiendas que la Iglesia me ha hecho en la Comisión episcopal para la Vida Consagrada, o como Comisario Pontificio de Lumen Dei. También a cuanto he podido aprender del único Maestro, acompañando a los hermanos que Dios me ha confiado como obispo en las diócesis de Huesca, Jaca y ahora en la archidiócesis de Oviedo. Todo un regalo que tiene el secreto de tantos nombres, tantos lares y caminos, en medio de los cuales se va haciendo historia y geografía en donde humildemente pedimos vivir a diario la fidelidad creativa.
Doy gracias a Dios por tantos hermanos y hermanas que viviendo sus carismas glorifican al Señor y bendicen a su Iglesia santa. Un regalo para todos nosotros.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo