Entrar en la morada de Dios

Publicado el 26/05/2013
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escudo

 

Domingo de la Trinidad (Jn 16, 12-15)

 

Aquellos dos primeros discípulos le preguntaron a Jesús algo muy concreto: ¿dónde vives? (Jn 1,35). No cuál es tu programa, tu teología, tu idea de novedad para un cambio. Fue algo más elemental y más verdadero: ¿dónde vives, Maestro? Y él respondió lo que ya sabemos: venid y veréis. Fueron y se permanecieron con Él.

 

La Santísima Trinidad no es un crucigrama para cristianos eruditos ni ningún raro teorema de tres-en-uno con nombre extraño. La Trinidad es esa casa de Dios que los hombres -sin Él- no logran construir. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Y es que, es imposible que se levante un casa cuando quienes la diseñan, la financian, la construyen y la venden, han despreciado la única piedra angular posible: “Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los arquitectos y que se ha convertido en piedra angular”. Por eso sorprende ver que haya cristianos que sean tan incondicionalmente acríticos y tan sumisamente disciplinados para con los diseños y dictámenes de quienes hacen un mundo sin Dios o contra Él (y por tanto sin humanidad o contra ella), y sigan sospechando y vociferando contra quienes con verdad y libertad son las nuevas voces de los que siguen sin tener voz en los foros de nuestro mundo.

 

Jesús nos ha abierto la puerta que un pecado cerró fatalmente. Él es la primera piedra de un edificio nuevo, el hogar de la Trinidad ya entre nosotros. No es una casa terminada, sino que nos llama Él a cada uno a ser piedras vivas de ese nuevo hogar. El Padre, el Hijo y el Espíritu con quienes hacemos nuestra señal cristiana, en cuyos nombres comenzamos la Eucaristía y con cuya bendición la terminamos… ellos son nuestra casa, nuestra nostalgia, nuestro origen y también nuestro destino. La Trinidad como casa de amor, de paz y concordia; como casa de belleza y bondad, de justicia y verdad, de luz y de vida.

 

“Jesús no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época. Él zanjó la cuestión de manera muy sencilla: haciendo el cristianismo” (Ch.Péguy). Hay tanto que hacer, que no podemos perder el tiempo en lamentos y acusaciones. Las babeles, sus proyectos y proclamas, siempre han tenido fecha de caducidad. Nosotros hagamos el cristianismo, seamos el cristianismo, dejando que el Espíritu nos lleve hasta la verdad plena. Y que nuestro corazón y nuestras comunidades cristianas, como parte de la Trinidad, como piedras vivas de su casa estrenada en la historia de cada día, puedan mostrar el espectáculo de la bienaventuranza, el de la gracia, el de la felicidad. Esto es lo que el Espíritu nos recuerda y enseña de parte de Jesús y el Padre. Nos han abierto su casa y en ella tenemos morada y hogar.

 

     + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
     Arzobispo de Oviedo