Encontrar lo que se ama

Publicado el 09/10/2011
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escudo

 

La vida nos permite a diario que nos podamos asomar a grandes o pequeñas historias que van tejiendo nuestro bordado biográfico. Colores vistosos o puntadas humildes van llenando la trama de nuestro camino de una manera tan cotidiana, tan imparable, que muchas veces ni nos damos cuenta de lo que se está escribiendo en ese gran libro de la vida que tiene nada menos que a Dios como editor.

 

Esta mañana, leyendo la prensa, he sabido del fallecimiento de un hombre importante en ese mundo de la informática. Con tan sólo cincuenta y seis años, pasará a los anales de la tecnología como uno de los grandes. Me estoy refiriendo a Steve Jobs, creador de la famosa firma Apple que ha producido los exitosos productos del popular Mac. Su biografía es ya todo un alegato en contra de tantos tópicos e inercias que llenan de falsa seguridad y de retórico aburrimiento nuestros días.

 

Nada habría que reseñar en estas líneas de una carta semanal de un obispo ante la muerte de un hombre joven que triunfó por sus propios méritos en el mundo de la informática, pero se da una calidad humana en lo que vino a ser su testamento que vale la pena poderlo leer. Se trata de su intervención en la ceremonia de graduación en Universidad de Stanford, al poco de declarársele el cáncer doble que le ha llevado a la muerte. Dice así su testimonio ante el valor del amor como verdadero motor de la vida: «En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No perdáis la fe. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tenéis que encontrar lo que amáis. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace. Si todavía no lo habéis encontrado, seguid buscando. No os detengáis. Al igual que con los asuntos del corazón, sabréis cuando lo habéis encontrado». Amar lo que se hace, hacerlo por amor, es lo que cambia radicalmente nuestro modo de empezar cada mañana a hacer las cosas que llenarán nuestras horas entre fatigas, encuentros, disgustos y alegrías.

 

A continuación, de manera más conmovedora, afronta el tema de la muerte. Lo dice alguien ya sentenciado que desde su cáncer habla a una multitud de jóvenes que se graduaban en la universidad: «Me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: «Si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer?» Y cada vez que la respuesta ha sido «no» varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo. Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque casi todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solo aquello que es realmente importante. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay ninguna razón para no seguir a tu corazón».

 

Jesucristo nos ha enseñado a estar atentos a las cosas, a esa realidad de cada día en la que la vida se pasea entre nuestros sustos y nuestras esperanzas. Ahí, en la plaza donde juegan los niños, en el templo donde una viuda echa la limosna de la vida, en el árbol donde se aúpan los curiosos impostores, en las calles donde deambulan pecadoras y sus farisaicos acusadores, en la noche de las búsquedas y en los pozos de la sed. La vida que nos relata de mil modos la eterna historia de Dios que ha venido a salvarnos. El amor y la muerte son dos “argumentos” tan cotidianos que podemos hacerlos banales. Amar lo que se hace y hacerlo por amor, sabernos desnudos de seguridades vacías para no tener jamás temor. Es la lección que nos ha dado Cristo al acompañarnos con su gracia, con su ejemplo, con su promesa de resurrección. El corazón no nos engaña cuando de modo incensurable nos empuja a buscar lo que amamos. Esta indómita nostalgia coincide con el Don de Dios.

 

     El Señor os bendiga y os guarde.

 

     + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
     Arzobispo de Oviedo