El secreto de la alegría de los consagrados

Publicado el 30/01/2014
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Tantas veces nos preguntamos si es posible la alegría en nuestro mundo, si realmente se puede festejar algo cuando nos asomamos a diario a tantas situaciones próximas o lejanas que nos arrebatan las razones para la alegría. Pero hay gente que tiene una mirada distinta ante la realidad. Y así, mientras otros se espantan, se indignan, se deprimen, se revuelven, ellos son capaces de regalar una sonrisa. No es la propia del ingenuo o cegato que no se entera, sino la que pertenece a quien descubre en cada cosa dónde está su verdad y dónde su mentira. El poeta Luis Rosales dice a este propósito: «es cierto que te puedes perder en alguna sonrisa como dentro de un bosque y es cierto que, tal vez, puedas vivir años y años sin regresar de una sonrisa». 

Así reza la Jornada Mundial de la Vida Consagrada del próximo 2 de febrero: La alegría del Evangelio en la vida consagrada. Quienes siguen al Señor a través de los diversos carismas a los que han sido llamados, están invitados a testimoniar con la sonrisa de sus vidas la alegría que les llena el alma. A Martín Descalzo le gustaba decir que la sonrisa es como un sacramento de la alegría: «la gente que ama mucho sonríe fácilmente. Porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad interior a sí mismos. Un amargado jamás sabrá sonreír. Menos un orgulloso. Por eso la sonrisa es una de las pocas cosas que Adán y Eva lograron sacar del paraíso cuando les expulsaron y por eso cuando vemos un rostro que sabe sonreír tenemos la impresión de haber retornado por unos segundos al paraíso».

El Papa Francisco se dirigía a los jóvenes novicios y novicias el pasado mes de julio para invitarles precisamente a la alegría de la consolación. Comentando un bellísimo texto del profeta Isaías, les decía el Papa: «como la mamá pone al niño sobre sus rodillas y lo acaricia, así el Señor hace con nosotros. Éste es el torrente de ternura que nos da tanta consolación. “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (Is 66,13). Todo cristiano, y sobre todo nosotros, estamos llamados a ser portadores de este mensaje de esperanza que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su ternura para con todos. Pero sólo podremos ser portadores si nosotros experimentamos antes la alegría de ser consolados por Él, de ser amados por Él. Esto es importante para que nuestra misión sea fecunda: sentir la consolación de Dios y transmitirla. Encontrar al Señor que nos consuela e ir a consolar al pueblo de Dios, ésta es la misión. La gente de hoy tiene necesidad ciertamente de palabras, pero sobre todo tiene necesidad de que demos testimonio de la misericordia, la ternura del Señor, que enardece el corazón, des-pierta la esperanza, atrae hacia el bien. ¡La alegría de llevar la consolación de Dios!».

La vida consagrada representa esa caricia que Dios brinda a los pobres de todas las pobrezas, como hemos visto hacer a tantos hombres y mujeres que han dado la vida por sus hermanos más necesitados imitando así la donación que para todos hizo el mismo Dios. Es su gozoso testimonio en medio de los avatares y dificultades de nuestro mundo de una alegría que nace de la mirada con la que Dios nos mira, del amor con el que Él nos ama, del perdón conmovido con el cual el Señor nos perdona. Una mirada, un amor y un perdón que no tienen nuestra medida ni son fruto de nuestra imaginación, sino que representan el humilde testimonio de lo que hemos visto hacer y lo que hemos escuchado decir a Dios en nuestra propia vida. Damos gracias al Señor por la sonrisa de los consagrados, por sus hechos y palabras que nos dan la alegría de la Buena Noticia.

 

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
                   Arzobispo de Oviedo