He estado recientemente presentando un libro que está lleno de fuerza y sabiduría, y que no dudo en aconsejar su lectura. Se trata del que escribió Luigi Giussani, sacerdote italiano fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación, titulado “El Sentido Religioso”, que ha publicado Ediciones Encuentro. A pesar del título no es un libro de religión al uso. Al menos en sentido clásico. Plantea cómo hay en el corazón del hombre una serie de exigencias que nos reclaman una respuesta cabal. No son preguntas que hayamos puesto nosotros, y no podríamos por nosotros mismos resolver, ni colmar ni calmar. La gran pregunta del corazón coincide con la felicidad: ser felices de veras. Y por eso reconocemos en nosotros un ansia de belleza, de bondad, de verdad, que realmente nos acompañen en el empeño de llegar a la felicidad para la que hemos nacido, porque así lo dejó escrito en nosotros Dios.
Cristo salió al encuentro de esas preguntas y fue contándose a sí mismo a quienes a diario le veían y le escuchaban, mientras que las cosas sucedían en la vida real con su fecha y con su domicilio: niños que juegan en la plaza, viudas que pierden a un hijo como en Naím, ladrones del prójimo con dieta, coche oficial y cargo político como Zaqueo el de Jericó, buscadores de la verdad y del sentido como Nicodemo el nocturno clandestino, mujeres de moral distraída usadas y abusadas por sus cínicos usuarios abusadores como la Magdalena, pescadores de todo pelaje que fueron llamados por el Maestro a la verdadera pesca milagrosa que es el corazón de los hombres y su embargo de felicidad, amigos entrañables como los hermanos de Betania María, Lázaro y Marta, enemigos insufribles como los fariseos, y un sinfín de unos y otros en el vaivén cotidiano de la vida misma, de la realidad.
En la calle del cada día se pasean nuestras preguntas, nos persiguen los recuerdos, ensoñamos lo que no ha llegado todavía, y entre suspiros, amores y dolores, escribimos el presente con la tinta de nuestra libertad. Lo que nos ha querido decir Jesús no es algo postizo, superfluo, ajeno a lo que cada día nos pasa. Lo que Él ha venido a contarnos, lo que Él nos ha propuesto y lo que propiamente acompaña, es algo que nos corresponde, que tiene que ver con lo que como una exigencia irrenunciable nos reclama continuamente el corazón.
De qué serviría que hablásemos de Jesucristo como luz, como agua, como vida, si las personas desconocen sus oscuridades, su sed y aquello que de tantos modos les mata. Sólo cuando se ve la correspondencia entre mi sed y el Agua que Dios me ofrece, entre mi penumbra y su Luz amanecida, entre mis lutos mortales y el regalo de su Vida, sólo entonces me reconozco destinatario inesperado e inmerecido.
Cuando se quieren enterrar las huellas cristianas en nuestros días, hay muchos sepultureros trabajando a destajo en el empeño. Pero más allá de los torticeros vaivenes que estos fosores planean y ejecutan, la vida terminará por hacerse sitio para seguir diciendo que a pesar de los errores y pecados, la historia cristiana ha logrado abrir caminos de libertad, de dignidad, bondad y de verdad. Esa vida cree en Dios y se sabe cristiana, capaz de seguir escribiendo nuevas páginas que igualmente den gloria al Altísimo y sean bendición para los hombres. Es lo que llevamos escrito en el corazón, en cuyas exigencias se entrelee el sentido religioso de la vida, cuya pregunta rebelde sólo encuentra su correspondencia en Dios como respuesta. De esto habla este libro.
Recibid mi afecto y bendición,
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Adm. Apost. de Huesca y de Jaca