En el lugar y a la hora acordados fueron llegando de tantos puntos de Asturias. Como una marea de alegría y de color con sus rostros joviales fue llenando la plaza de la vieja capital astur, Cangas de Onís, y en los aledaños de la Iglesia unos y otros se iban saludando o presentando por primera vez. No es usual ver a nada menos que ochocientos jóvenes que con mochila en ristre acuden a una hermosa iglesia parroquial donde daba comienzo un año más la marcha a Covadonga.
Una gran cruz a la puerta, réplica de la famosa cruz de los jóvenes que acompaña siempre cada JMJ por todo el mundo, nos recibía marcando el signo cristiano por antonomasia. Bajo sus dos grandes brazos fuimos pasando para adentrarnos en esa iglesia que abría sus puertas de par en par. Acomodados ya en el templo para una breve oración de inicio, tomó la palabra el obispo auxiliar electo, D. Juan Antonio, al que esa asamblea de jóvenes cristianos mochileros saludaban con un aplauso lleno de afecto y con la certeza de su oración por la encomienda que apenas le ha hecho la Iglesia.
Comenzamos nuestra marcha a través de los caminos emboscados, con senderos preciosos salpicados de los mil colores de una primavera en flor. La música la ponía el agua saltarina que con sus pequeñas cascadas nos saludaba al pasar, o la de los ríos que cruzábamos por puentes de madera con un caudal grande y decidido en el que se escondían tantos peces juguetones. Los pájaros y sus trinos, el mecerse de las ramas de los grandes árboles que nos protegían del sol, también ponían sus notas de armonía en un espectáculo de belleza. ¡Cuánta belleza gratuita y verdadera que no engaña! Así les dije luego a los jóvenes: aprendamos la lección de nuestro andar peregrino. Venimos con pocas cosas, ligeros de equipaje, libres de cosas inútiles que a diario nos imponen un paso lento, gravoso, insoportable. Y asistimos a este espectáculo de una belleza bondadosa que con sólo mirarla y apreciarla, despierta en nosotros la alegría agradecida.
Todo esto lo fuimos compartiendo en el ánimo que nos dábamos, en la charla amistosa que unos con otros íbamos conversando, en los cantos, en las bromas sanas que hacían llevadera la fatiga de ir subiendo la montaña en el valle del Auseva. Así hasta que llegamos a la Santa Cueva donde nos esperaba nuestra querida Santina. Había valido la pena el esfuerzo, habíamos gozado en la fatiga sabiéndonos hermanados, y el final era una pequeña oquedad en la gran roca, donde la cueva bendita nos abría las puertas para decirnos que aquél camino tenía meta. Enhorabuena al delegado de pastoral juvenil, D. José Manuel, y a todo su equipo.
Mirando a todos esos jóvenes yo le pedía a la Señora que les ayudase a formar familias cristianas, a secundar tal vez una vocación religiosa o misionera, a responder con el mejor sí a una llamada sacerdotal. El Papa Francisco les decía a los jóvenes que confirmó el otro día en Roma: «permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente… Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales». Todo un programa de esperanza. La Iglesia está viva y está joven. Qué bello concierto a 800 voces.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo