La perplejidad, el miedo o la indignación suelen ser en nuestros días tres maneras de asistir al desconcierto que en la vida pública se escenifica. Jaleados nuestros peores ejemplos por un agitado ventilador, parece que de pronto no hay nada sólido, ni hay nada fiable, que todo se reduce a una furtiva carrera de intereses manchados por la corrupción, el egoísmo, la ventaja particular de las personas o de los colectivos. Y nadie, casi nadie, es capaz de pedir perdón sino de inculpar al rival con un “y tú más” que evita hipócritamente cambiar de rumbo aprendiendo humildemente de los propios errores.
Cristo dijo una célebre frase al contemplar el despiste moral de sus paisanos: que andaban como ovejas sin pastor. Me viene a la memoria la expresión de El Quijote al contemplar la prisa y el frenesí con las que deambulaban unos barceloneses: “Unas veces huían sin saber de quién, y otras esperaban sin saber a quién”. Tremenda radiografía de nuestro tiempo. La figura del Buen Pastor que empleará Jesús suscitó no sólo un justo análisis de cómo Él veía a aquellas gentes, sino sobre todo que representaba una forma de presentarse Él. Era casi un apunte autobiográfico en relación con aquellas gentes: no ser extraño para nadie ni extrañarse ante ninguno, dar vida y darse en la vida, antes que nadie pueda arrebatarlas. Aquí se dibujaba el estupor ante Jesús que experimentaban los que oían su voz: ya no dejarían de reconocerla permaneciendo junto a Él.
En nuestro mundo, hay tantas voces de gente que se ofrece a “cuidarnos” y a velar por nuestras mil “seguridades”. Pero uno sospecha de tanto favor “desinteresado” cuando en el fondo te ves a la intemperie, cargado de avisos, de intereses y controles, de amenazas y de broncas, buscando tal vez tan sólo que compremos su marca, o votemos sus siglas, o coreemos su afición. El Buen Pastor no tenía ninguno de esos precios. Daba la vida gratis, buscando de veras en bien de la gente.
La pregunta es si en una sociedad a la deriva: sin valores, sin ideales, rehén de su afán de poder y sin ninguna autocrítica, la comunidad cristiana quiere sucumbir con ella o ser una humilde pero tenaz referencia precisamente no renunciando a lo que tantos han renunciado ya. Tenemos necesidad de pastores que nos recuerden las actitudes del Buen Pastor, y por eso debemos pedir al Señor que nos bendiga con sacerdotes según el corazón de Dios. Ya sabemos que los sacerdotes no son la única vocación de la Iglesia, pero cuando ellos nos faltan todo lo demás se desnaturaliza, de diluye, se agota. La vitalidad de una Diócesis la podemos medir en parte por los sacerdotes que tenemos en cantidad y en calidad, es decir, en número y en santidad de vida. Por eso, el trabajo por el Seminario es función primordial en nuestra Diócesis. No porque sea lo único, sino porque de él dependen tantas de las demás cosas: la familia, la juventud, la atención a enfermos y ancianos, la liturgia, la caridad organizada ante tantos necesitados. Doy gracias a Dios por nuestros buenos curas, tantas veces cargados de mil tareas y de mucha edad, pero tenemos necesidad de que vengan más y de que los que estamos llamados crezcamos en santidad.
En este domingo pedimos por todas las vocaciones cristianas, por los sacerdotes, los religiosos y los laicos. Pero hoy tenemos una urgente necesidad de buenos pastores, que den la vida con sencillez y fidelidad, buscando la gloria de Dios, el bien de la Iglesia y el de las personas que se les han confiado. Pastores que se dejan pastorear teniendo su oído en el corazón de Dios y sus manos junto a las heridas de la gente.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo