Mucho nos ha llevado en este curso la creación de grupos para la reflexión en torno a ese tema que ha propuesto el Papa Francisco: la así llamada “sinodalidad”. Se nos ha terminado haciendo familiar la palabreja, por más que sea su significado y su mismo concepto, tan antiguo como la misma Iglesia. Porque, efectivamente, el término “sínodo” significa “camino compartido”, es decir una forma de entender un proyecto de modo no privado, sino acompañado por otras personas que me aportan y a las que yo aporto algo que nos enriquece mutuamente para lograr alcanzar el objetivo soñado. El cristianismo no es un camino privado, aunque siempre será personal. Por eso sólo cabe comprenderlo de modo comunitario, fraterno. No somos turistas viandantes que solitariamente se cruzan por el camino, sino peregrinos que tienen en común la meta hacia la que caminamos, la asistencia del Señor, y la senda que recorremos como hermanos hacia la patria celestial.
Ya el papa Francisco indicó que «el mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión». Las sinergias son los recursos que podemos compartir para lograr llegar a ese gran objetivo cristiano que ha cruzado el ímpetu misionero que Jesús nos dejó al marchar de nuevo al Padre: «id al mundo entero y anunciad la Buena Noticia a toda la creación”» (Mc 16,15). Es el mensaje del Evangelio que quiere llegar a cada rincón de la historia, a cada persona en su variopinta situación con toda su carga de gozo o de llanto, de perplejidad o de encanto, de esperanza o de desánimo. Una Buena Noticia que ponga luz en nuestras penumbras todas y que grite la verdad desplazando los engaños, que regale la paz y la misericordia en las encrucijadas conflictivas y violentas. En definitiva, la cima de la gracia de Dios derramada en nuestros abismos de pecados. Estas son las sinergias compartidas con las que somos enviados.
Por este motivo, y explicando el camino sinodal, decía en otra ocasión el Papa Francisco: «es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos. Tal transformación exige la conversión personal y comunitaria, y nos lleva a mirar en la misma dirección que el Señor mira».
Sin duda alguna, el mundo en el que estamos y que nos ha tocado en suerte habitar, reclama esa presencia cristiana que, con respeto educado, pero con decisión no acomplejada, cada uno desde el don y la vocación que ha recibido, ha de saberse comprometido con el resto de la comunidad eclesial para transformar las cosas en la dirección que Dios nos señala. No todo está zanjado, ni trillado, ni sabido y prefijado. Hemos de dejar espacio a que Dios nos sorprenda abriendo los nuevos senderos que en su Providencia quiera señalarnos en este momento de la sociedad y de la Iglesia.
La sinodalidad ha supuesto un trabajo capilar en nuestra Archidiócesis de Oviedo, y han participado nada menos que tres mil personas en 228 grupos sinodales. Esto supone mucho tiempo de reflexión seria, de oración confiada, de debate fraterno, donde hemos puesto en juego lo mejor de nosotros mismos para involucrarnos en este reto que tenemos delante en este momento de la historia. Los pastores con nuestro ministerio, los consagrados con sus carismas, y los laicos con su compromiso en el mundo del trabajo, la política y la familia. Así hemos hecho este camino sinodal, cuyas conclusiones hemos enviado a la Conferencia Episcopal para que las traslade a la Santa Sede como nuestra aportación diocesana. Asturias participará con el número máximo de los que se permiten en la asamblea de Madrid para clausurar esta fase sinodal en las diócesis. Estamos vivos, y con ganas. La comunión nos hace hermanos que se dejan enviar por el Señor ante los retos que se nos plantean en nuestro tiempo. Dios sea bendito.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo