Estaban muertos de miedo. Fueron muchos los sobresaltos en los últimos días y andaban encerrados entre el pánico de sus temores y la confianza que les despertaba María. Con ella se pusieron a rezar, y con esta mujer fuerte recordarían momentos inolvidables mientras amasaban la espera de una promesa todavía por llegar. Aquel Cenáculo era testigo de otras veces junto a Jesús el Maestro, comensales en cena postrera con pan y vino pre-eucarísticos, con confidencias cargadas de afecto creyente, y prisas en los adioses del que luego fuera el traidor.
Hasta que de pronto, un viento huracanado y dulce brisa a la vez, hizo saltar los cerrojos que amordazaban la esperanza, y un fuego hermano puso luz en sus oscuridades y verdadera lumbre en la tibieza del corazón. Las puertas de par en par, les indicaban el camino que debían recorrer hasta aquella plaza pública. Allí les esperaba el mundo mundial, cada cual viniendo de donde venía y hablando en sus lenguas propias, pero todos les entendían en su idioma materno hablar de las maravillas del Buen Dios.
Pentecostés. Este fue el nombre de aquel episodio de fiesta judía que se tornó para siempre en una fiesta cristiana sin par. Con esta festividad de la llegada del Espíritu Santo, terminamos este recorrido que hemos hecho en el tiempo pascual.
En nuestra Diócesis tiene un precioso colofón, que se deriva del gozo grande que nos produce poder ordenar un sacerdote y dos diáconos. Tras años de formación en nuestro Seminario Metropolitano, con una incipiente práctica pastoral, estos tres hermanos serán llamados por la Iglesia con su nombre propio que resonará en las naves de nuestra Catedral llena de compañeros sacerdotes, familiares, amigos. Se les nombrará para que ellos se identifiquen ante todos y digan su más importante sí al Señor que les llama en medio del Pueblo de Dios.
Como aquellos discípulos, acaso tengan temores, incertidumbres, sean lentos sus primeros pasos y experimenten el vértigo de pasar de la teoría aprendida a la vida humildemente discipular. Pero como a aquellos primeros cristianos también sobre ellos se invocará la fuerza del Espíritu Santo. Serán ungidas sus manos y comenzarán a caminar sus pies peregrinos. Se dejarán enviar por Dios que a través de la Iglesia les empuja a la misión de contar una historia bendita, que a buena noticia sabe, y que es capaz de volver a encender la esperanza cristiana a nuestra generación.
Todo está aún por escribir en estos jóvenes hermanos que comienzan como presbíteros o diáconos su andadura ministerial. Qué situaciones encontrarán, qué personas se cruzarán en su camino, qué lágrimas deberán enjugar compartiendo el dolor, qué alegrías harán suyas brindando por los gozos; qué soledades tendrán que acompañar desde el Señor, y qué desafíos exigirán de ellos la fortaleza que humildemente esperarán del Espíritu de Dios, él sí lo sabe y no duda en llamarles con su gracia. Tantas cosas no escritas, formarán el titular de la primera plana de cada día, en esa biografía que Dios quiere con ellos seguir escribiendo en el papel de la historia con la tinta de su libertad.
El Señor les bendiga con los dones de su Espíritu. Hoy la plaza pública está revuelta por tantos motivos. Acaso siempre lo ha estado. Pero la intemperie de nuestro tiempo hace que afinemos más en la acogida de ese viento y brisa, de ese fuego, para que nos llene el alma, el corazón y la inteligencia, y salir sin miedo ya contando con la propia vida que Dios es maravilloso, que Él es la Buena Nueva.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo