Asturias en Polonia

Publicado el 10/07/2014
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escudo

 

Acaba de concluir la peregrinación diocesana a Polonia. Tierra hermosa y pueblo noble que ha sabido guardar su rico tesoro cultural y su identidad cristiana en medio de no pocos avatares invasores y destructivos que han querido de mil modos robar esa cultura y deshacer su cristianismo. Pero los bárbaros y sus barbaries, aunque siembren su terror y muerte, pasan. Queda ese pueblo que sabe levantarse de sus propias cenizas y volver a empezar. Lección de historia que vale también para nuestro pueblo.

Cracovia tiene el encanto de la ciudad que sabe de su historia milenaria, y al igual que Wroc?aw y Varsovia, han conservado su belleza llena de sabiduría y talento. Haberse asomado a esas maravillas, ha provocado un sinfín de admiraciones ante lo que vale la pena detenerse con asombro y gratitud.

Pero también se han visto otros rincones donde no es precisamente la bondad bella lo que allí se custodia. Se cumplen los 75 años de la invasión nazi en Varsovia, como paso previo de una escalada de locura inhumana que tiene su expresión más dolorosa en el campo de concentración de Auschwitz: una de las gestas bárbaras más crueles de la historia de la humanidad. Recalar en ese lugar que el Papa Wojty?a llegó a comparar con la antesala del infierno es sobrecogedor, como respirar su aire, flanquear esos edificios de ladrillo, merodear las alambradas de la muerte, los paredones de fusilamiento, las celdas de castigo letal, las cámaras de gas, los hornos crematorios…

Te hiere el alma la vitrina en la que junto a unas ropitas y juguetes infantiles, se amontonan un sinfín de zapatos de niños y niñas. Todos ellos fueron gaseados en la sala que a continuación se muestra siempre en un profundo silencio. ¿Qué hicieron esos pequeños para merecer semejante y prematuro final? Aquellos zapatitos no lograron calzar más unos pies que luego hubieran crecido porque se impidió que correteasen los senderos de la vida. ¿Qué caminos les fueron censurados? ¿Qué talentos les fueron de ese modo truncados? ¿Qué plan de Dios sobre cada uno de ellos fue así malogrado? La palabra última que el Señor se reserva, palabra infinita de amor que viene después de todas nuestras finitas palabras de torpeza, tiene la respuesta a nuestras preguntas.

Esa respuesta de Dios ha tenido nombre en la peregrinación: Czestochowa, Kolbe y Juan Pablo II. Estos tres nombres han sostenido la fe y la esperanza de ese noble pueblo polaco. Primero, María como presencia tierna y amorosa en medio de la historia herida y perseguida de Polonia; una devoción a la Virgen que como faro de ternura ha sido capaz de indicar en medio de tantas tormentas dónde estaba el puerto de llegada. Luego, San Maximiliano Kolbe como respuesta martirial inaudita e inesperada: hubo alguien que no quitó la vida, sino que la entregó. Como hizo Jesucristo, así hizo este hijo de San Francisco. Dios estaba allí: la siembra del terror, la injusticia y la muerte terminan por dejar espacio al nuevo amanecer que del Señor siempre emerge.

Y por último San Juan Pablo II, que hace 25 años nos visitó en Asturias: Oviedo y Covadonga. Este año ha sido canonizado y nos parecía ocasión propicia a través de esta peregrinación “devolverle” la visita a quien hoy es santo. Un Papa misionero, que amó a los jóvenes y a la familia, y que enamorado de Cristo y su Iglesia no dejó de anunciar en todo el mundo su buena noticia.

El recuerdo de esta peregrinación sirva para dar gracias por tanto aprendido. También para pedir gracia, a fin de no olvidar nuestras raíces cristianas que en Asturias tienen igualmente el referente de María y los santos, y el paso de Juan Pablo II confirmando nuestra fe.

         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo