Le planteé una cuestión partiendo de San Francisco que vivió como hijo de Dios, hijo de la Iglesia e hijo de su tiempo. Tres filiaciones que hacen de su santidad algo siempre contemporáneo y concreto.Como pastores quizás no tenemos especial dificultad en vivir nosotros y acompañar a nuestro pueblo en las dos primeras filiaciones (Dios y la Iglesia), pero no siempre nos resulta fácil ser hijos de nuestro tiempo en armonía con las dos anteriores. Porque nos encontramos a menudo en una encrucijada: los que llenos de nostalgia del pasado nos exigen sus añoranzas, los que llenos de utopías del futuro nos exigen sus fantasías. Son añoranzas y fantasías litúrgicas, pastorales, culturales y hasta políticas. Luego están los que en medio de una imposible equidistancia se contentan con dejar las cosas como están mediocremente porque dicen que ahí siempre han estado. ¿Cómo hacer para acompañar a nuestro pueblo con el Evangelio de la alegría, siendo hijos de Dios, de la Iglesia y de nuestro tiempo? Esta fue mi pregunta. Su respuesta fue larga y muy rica.
El Santo Padre con grandísima cordialidad me respondió insistiendo en que tenemos que estar muy cerca de los jóvenes, particularmente los jóvenes heridos por el relativismo moral y las ideologías, los que sufren la lacra del paro, jóvenes que vienen de familias desestructuradas y destruidas. Subrayó que al menos estos jóvenes están, pues a otros no les dejaron nacer. A unos se les descarta antes de nacer por puro egoísmo y a otros se les descarta en su futuro empujándoles al suicidio. Recordó que esta es una de las estadísticas que nadie se atreve a publicar: el del suicidio juvenil. Fueron entrañables las palabras sobre los ancianos: es sabiduría de experiencia vivida de la que tenemos tanto que aprender. Y sostener a las familias en un momento de dura precariedad, ayudando a todos a recuperar la esperanza creyendo en la misericordia de Dios. El mensaje que luego nos dio a todos los Obispos es precioso. De él hablaré la próxima semana.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo