Hemos querido preparar los caminos que Dios frecuenta para salir a su encuentro; hemos intentado levantar lo que a veces se nos derrumba por haberlo edificado sobre arena movediza y no sobre piedra firme; nos hemos atrevido a desmontar lo que nos encumbra falsamente con sus altiveces prometiéndonos lo que jamás nos podrá entregar. Así hemos ido haciendo este recorrido para llegar ahora al corazón del tiempo navideño. Nos dejamos llevar por la música y la letra que sabe dulcemente contarnos esa historia inaudita, increíble e inmerecida que nos acerca la respuesta del buen Dios.
Toda su eternidad de pronto se hace tiempo. Su omnipotencia cabe en la fragilidad de un pequeño. Una joven mujer, primeriza mamá del milagro de Dios, cuida con ternura infinita esa palabra hecha carne, mientras acaricia y limpia los labios del infante que todavía no saben hablar. Detrás, cumpliendo el cometido asignado de callada y discreta fidelidad, está el santo José con sus manos callosas de artesano honrado que debe construir la casa de quien no encontrando posada en un establo tuvo que nacer.
Es un cuadro de familia: un hombre y una mujer que se quieren según el plan de Dios para ellos, un inmenso Dios que cupo en un diminuto bebé nacido milagrosamente. Se puso en medio de ambos para asomarse y darse al mundo entero con su divina salvación. Quienes no tuvieron cobijo, encontraron aquel rincón donde se pudieron proteger de tanta intemperie, y así nos invitaron a mirar las cosas colgados en los brazos del Señor. En medio de tanta penuria oscurecida, en el fragor de aquella noche lució el Sol, y dentro de tanta insolidaridad, petulancia y corrupción, se narraba una historia distinta capaz de empezar de nuevo un mundo diferente que tenía su comienzo en aquella familia sin par.
En estos días de balances por el año que termina, el estigma de la crisis vuelve a empañar nuestras cuentas. Y uno escucha sin cesar, cómo la familia está salvando tantas vidas, cómo está sosteniendo tantos hogares, cómo se descubren las cosas esenciales cuando las secundarias, las prescindibles, las caprichosas, se las lleva el viento huracanado de todas las desdichas. Romper la familia desprotegiéndola, confundir el sentido del matrimonio con otros modelos de unión que no son el matrimonio, abandonar a los mayores o impedir que puedan llegar los pequeños, es el modo suicida con el que Europa se está autodestruyendo.
Una sociedad comienza a repuntar, empieza a salir de la crisis, cuando edifica y propicia una familia sana, unida, que saber abrirse a la vida, que respeta el amor en fidelidad, que sabe de ternura y de perdón. Una familia que aprende en la escena de Belén y en el hogar de Nazaret, mirando a Jesús, a José y a María. Sabemos que hay quien no lo ve así, quienes han renunciado a estos horizontes humanos y cristianos, quienes pretenden ir en contra. Pero no dejaremos de anunciar con respeto también a ellos, y a todos, «que la destrucción de la familia se presenta como el problema número uno de la sociedad contemporánea, aunque pocos se den cuenta de ello. La Iglesia, verdadera “experta en humanidad”, como afirmó Pablo VI, no puede callar ante esta realidad».
Este domingo próximo, en la plaza de Colón de Madrid, volveremos a narrar con nuestra presencia, con nuestros cantos, con las oraciones y la solidaridad hacia los más necesitados, que en la Iglesia hay una posada siempre abierta para quienes por tantos motivos están desahuciados. Creemos en esta familia, la que Dios nos invita a abrazar, a vivir y a testimoniar.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo