Pero también hay otras cosas que no tienen este encanto de lo verdadero y sencillo de nuestro tiempo de antaño, y hoy tenemos que sobreponernos a cuanto en el tiempo de hogaño termina por aburrirnos por cansino, repetitivo, grosero y obsceno, como un titular que tiene saga interminable. No por sabida deja de saturarnos entre el escándalo, la indignación y una pizca de miedo ante cuanto se nos presenta en un futuro incierto. Corrupciones, fraudes, engaños, robos, abusos, violencias… ¡Cuánto material de esta materia incendiaria! ¡Cuánto aprovechón de la más baja ralea o de la alcurnia más alta! Que de todo hay tras el escenario trucado de todas la siglas. De todos los grupos sanguíneos y de todos los colores de sangre.
Recientemente lo ha vuelto a señalar el Papa Francisco. “La corrupción es triunfalista porque el corrupto se cree un vencedor. Se pavonea para humillar a los otros. El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad y la enemistad… La corrupción se ha convertido en algo natural, hasta el punto de constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras. Es la victoria de las apariencias sobre la realidad, y de la desfachatez impúdica sobre la discreción honorable… Más que perdonado, este mal debe ser curado. Sin embargo, el Señor no se cansa de llamar a las puertas de los corruptos. La corrupción no puede nada contra la esperanza”.
Son palabras fuertes del Papa llamando a la corrupción el cáncer moral de nuestro tiempo. Una cosa es el pecado de nuestra humana condición de barro y debilidad, pero que convertido el corazón, nos abre al perdón, restituimos en justicia y volvemos a empezar, y otra cosa distinta es la corrupción de quien se atrinchera en sus desmanes y tan sólo plantea una huida hacia delante involucrando a sus cómplices de fechoría.
Pero noviembre empieza con una enmienda a este panorama desolador, con la esperanza en la mirada: la de quien recuerda a sus seres queridos y reza por los difuntos ante la verdad humilde de lo que es la vida que ha de pasar por el umbral de la muerte, y la de quien mira a los santos, a todos los santos incluso sin que lo hayamos sabido y que sólo canonizará Dios. Hay gente buena en nuestro mundo, gente que con discreción ha vivido en la gracia de Dios construyendo un mundo justo, honesto y bello. En lugar de disfrazar a nuestros pequeños de las calabazas del halloween, mejor haremos si les invitamos a imitar a los santos que nos recuerdan lo mejor de nuestra humanidad. Es el amagüestu cristiano.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo