Arzobispo
Arzobispo

El escudo episcopal es una narración simbólica en la que se plasman los elementos que identifican al obispo según las leyes heráldicas, presentando de modo original una historia que responde a la llamada de Dios en una biografía humana, de cómo se hace misión confiada lo que antes ha sido vocación escuchada. En este caso, un escudo episcopal sería comparable a una vidriera gótica, en donde hay una historia humana que es iluminada por una luz que no genera el hombre. Una vidriera deja pasar la luz, una luz que no es la nuestra, sino del que es la Luz: Jesucristo.
El escudo de Mons. Jesús Sanz Montes tiene las insignias episcopales de arzobispo con la cruz de doble trazo en la parte superior y el palio arzobispal en la parte inferior, palio de lana con las cruces que representa el cordero que el arzobispo toma sobre sus hombros a imagen del Buen Pastor. El capelo verde corona el escudo, pero con una salvedad original: las 20 borlas arzobispales con los habituales pompones son completadas aquí por el nudo y cordón franciscano que viene a abrazar el escudo completo, que ha tenido repercusión en su momento como símbolo de simplicidad humilde.
Tiene cuatro cuarteles este escudo. El de la izquierda superior, con fondo de gules y mueble en oro, representa el anagrama –crismón- de Cristo que, en referencia a su lema episcopal, señala el alfa y la omega del todo en todos que es el Señor (Col. 3,11). El cuartel superior derecho, con fondo en oro y mueble en sinople, contiene un árbol completo: raíces, tronco y copa. Viene a ser el apunte biográfico de tantas circunstancias históricas vinculadas a personas, momentos, lugares, en donde la vida se ha ido nutriendo, ha ido creciendo y fructificando. Ahí está la síntesis simbólica de toda una biografía. El cuartel inferior izquierdo, fondo oro y mueble en sinople, es un castillo. Se trata de la tierra y de la historia de un pueblo, Castilla, cuya corona ha descrito a través de los siglos hazañas culturales y empresas evangelizadoras, tierra de cantos y de santos, forjadora también de una urdimbre hispánica que ha sabido aunar la fe católica-universal, la convivencia multicultural y la proyección misionera. El cuartel inferior derecho, fondo gules y mueble en oro, representa la iglesita de la Porciúncula (lugar mariano donde San Francisco escuchará el Evangelio que le hablará de su vocación y en donde será consagrada Santa Clara, verdadera patria espiritual del franciscanismo). Una estrella en plata une los cuatro cuarteles y es el emblema de la Virgen María. Ella es la que posibilita con su sí a Dios que esta historia cristiana sea posible, y por eso hace de gozne y punto de unión, centrando su presencia el sí que se pide a la fidelidad al arzobispo en el ministerio confiado por la Iglesia.
El episcopado no es otra cosa que ofertar humildemente aquello que destella por antonomasia, Jesucristo. Es una llamada a trabajar en la fe, en el arte, en la historia, para transformar una estética determinada en belleza y luz. Un Obispo, como sucesor de los Apóstoles, está llamado a acompañar a su Pueblo gobernándolo con entrañas de padre, enseñándole con la sabiduría de la Verdad de Dios que la Tradición cristiana custodia, y santificándole con la gracia del Señor que la Iglesia pone en sus manos. De todo esto habla el escudo episcopal, como memoria viva de una biografía, de una historia eclesial y de una misión que al Obispo se le confía.

El lema episcopal es un texto en el que el obispo resume y señala como humilde deseo lo que quisiera que fuera su ministerio como Sucesor de los Apóstoles. En este caso se trata de un texto del Apóstol San Pablo tomado de la Carta a los Colosenses: “Christus Omnia in ómnibus” (Col 3, 11). Cristo lo es todo. No una cosa más. No algo opcional. Lo es todo. Porque en Él se nos ha revelado lo más hermoso que nuestro corazón sueña como la más noble exigencia y que no somos capaces de amasar con nuestras manos ni dar respuesta con nuestra buena voluntad. Cristo lo es todo. La Belleza que nos salva, la Bondad que nos devuelve la inocencia, la Verdad que nos hace libres. Para esta redención se encarnó como nuestro Hermano sin dejar de ser el eterno Hijo de Dios, naciendo del Sí que hizo Virgen a María.
Y no sólo lo es todo, sino que Cristo es para todos. Los santos y los pecadores, los sencillos y los opulentos, los creyentes de un Dios vivo y los que se postran ante los ídolos de ahora y de siempre. Aquellos que se abren a la gracia que les levanta y sostiene y los que están a sus espaldas cerrados del todo a su bendición.
Sí, Cristo es todo en todas las cosas. Cristo es todo para toda persona. La frase paulina (Christus omnia in omnibus), la vivió San Francisco hondamente y la propuso con sus propias palabras: “Mi Dios y mi todo” (Deus meus et omnia). Hay, por lo tanto, una proximidad entre lo que el Apóstol decía y lo que el Poverello de Asís rezaba. Algo que para un hijo espiritual de San Francisco resulta no sólo una coincidencia, sino también un modo de expresar la fe y la entrega. El Señor que es quien nos llama, nos concede esa gracia de acompañar al Pueblo que en su Iglesia nos confía, para enseñarle la Palabra de la que somos discípulos, santificarle con la Gracia de la que somos mendigos, y gobernarle en la verdad y la caridad en las que nos sabemos por Él pastoreados.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo