Como a tantos asturianos, la Visita del papa Juan Pablo II a Asturias, excepcional acontecimiento para la Iglesia diocesana, me causó profunda impresión y dejo un imborrable recuerdo. Era la primera vez que un Papa pisaba tierra asturiana y yo, por mi condición de párroco de Santiago del Monte, en cuya demarcación parroquial está enclavado el Aeropuerto de Asturias, tuve la enorme fortuna de ser testigo de primera fila, formando parte del cortejo de autoridades que debían recibirlo al bajar la escalerilla del avión. Fue un momento emocionante, cuando se abrió la puerta del avión y vimos aparecer la figura del papa, con rostro cansado y algo indispuesto, pero sonriente.
Confieso que entre los recuerdos que guardo de ese día, hay dos que con el paso de los años siguen acudiendo a mi memoria. El ambiente de emoción que se palpaba en el aeropuerto es uno de ellos. Muchos de los que allí estaban, empleados y agentes de seguridad, me eran muy familiares por acudir anualmente a celebrar con ellos las fiestas del Pilar y de Loreto. Algunos todavía hoy recuerdan con gran cariño ese día. Pero entre los que más emoción causó Juan Pablo II fueron los niños de las parroquias a mi cargo (Santiago del Monte, Bayas, Naveces y Sta. María del Mar) que vestidos de asturianos entregaron al papa unas flores como signo de bienvenida a Asturias. Estaban impresionados de estar tan cerca del Papa y de que los acariciase. Uno de ellos Jonathan, no se si él lo recordará, pero yo sí, nada más que el Papa le acarició en la cabeza, miró para mí y con la montera en la mano, a voces y emocionado me dijo: ¡don Juan, tocome, tocome! Hoy la mayoría son padres de familia y cuando en ocasiones nos vemos, entre los recuerdos que afloran, la visita del Papa es uno de los más entrañables.
Otro recuerdo inolvidable es la emoción con que la víspera de su llegada los feligreses de esas cuatro parroquias de las que entonces era su cura, junto con numerosos veraneantes en aquella zona, nos reunimos en la iglesia de Sta. María del Mar para encomendar a su patrona, la conocida como Virgen del Puerto, al Santo Padre y a toda la Iglesia asturiana. Oración que iniciamos con el conocido canto Estrella de los Mares y concluimos con la Salve popular. Y también en ese momento la emoción se palpaba en el ambiente.
Desde entonces cada año, a la misma hora de las diez de la noche, el sábado siguiente al 15 de Agosto, fiesta de la Patrona, nos reuníamos para repetir aquella misma oración un numerosísimo grupo de personas, hasta el punto de tener que sacar los bancos del templo ya que así de pie cogía más gente. Una iniciativa en la que durante los veinte años que todavía fui Cura de aquellas parroquias pude comprobar la fuerza con la que convocaba el solo recuerdo de Juan Pablo II. Me consta que los feligreses de aquellas parroquias han seguido con lo que ellos consideran ya una tradición. Creo que es un sencillo y entrañable recuerdo del paso del papa Juan Pablo II por Asturias.
Veinticinco años después, doy gracias a la Santina por aquella enriquecedora experiencia y de poder hacerlo sirviendo a la Iglesia asturiana, precisamente en Covadonga.