Las futuras beatificaciones, desde el edificio del Prado Picón
“Estábamos en clase, y la noticia nos cogió por sorpresa. Algún compañero, nada más enterarse, fue corriendo a la capilla a tocar las campanas y otros fuimos tocando el timbre de las clases para que todo el Seminario se enterase. Lo celebramos leyendo todos juntos el Decreto de Martirio y después fuimos a la capilla mayor donde hicimos una pequeña oración de acción de gracias, y cantamos el himno a los seminaristas mártires”. Así describe Miguel Vilariño, alumno de sexto curso en el Seminario, cómo acogieron, el pasado mes de noviembre, la noticia de la aprobación del Decreto de Martirio de los nueve jóvenes que fueron asesinados por odio a la fe entre los años 1934 y 1937. Todos ellos estudiaban en el Seminario de Oviedo cuando éste tenía su sede en el Convento de Santo Domingo de la ciudad. Seis de ellos: Ángel Cuartas, Mariano Suárez, Jesús Prieto, Gonzalo Zurro, José María Fernández y Juan José Castañón, fueron asesinados en el año 1934, durante la Revolución de Octubre. Los otros tres, Manuel Olay, Sixto Alonso y Luis Prado, fallecieron entre los años 1936 y 1937.
Su martirio, entonces, produjo una gran conmoción en la Iglesia española y europea, principalmente el del primer grupo de seminaristas, asesinados en el 34. Lo describe en su libro “Seminaristas Mártires de Oviedo” el recientemente fallecido sacerdote Silverio Cerra, quien recogió entre sus páginas datos y testimonios sobre estos jóvenes, con el fin de que su vida y su ejemplo no se perdieran en el olvido. Y allí se describe cómo surgió a continuación y “de modo espontáneo” una suscripción a ni-vel nacional a favor de los seminaristas ovetenses que habían salvado su vida en el ataque al Seminario, pero que habían perdido sus libros y todo su ajuar en el incendio de Santo Domingo. “El hecho de su martirio, sin ninguna apostasía, fue presentado como ejemplo que debía estimular la vida de todos los aspirantes al sacerdote –escribe también Silverio Cerra–. En la Semana Pro-Seminario celebrada en Toledo en noviembre de 1935 se oyeron estas palabras: Tened en cuenta, seminaristas, que vuestros trabajos en pro de las vocaciones serán ahora más eficaces que nunca. ¿Sabéis por qué? Porque tenéis al cielo muy contento; porque contáis desde hace un año con una gran influencia, porque os ayudan en la empresa vuestros mártires de Asturias”.
Los nueve jóvenes que serán beatificados en la Catedral de Oviedo el próximo 9 de marzo a las 11 de la mañana tenían entre 18 y 25 años en el momento de su muerte. Ha sido una noticia largamente esperada en la diócesis, desde que a comienzos de los años 90 se pusiera en marcha el proceso diocesano.
“A Diego Macías –actual formador del Seminario– y a mí nos tocó vivir la apertura de la causa de beatificación cuando aún éramos seminaristas –recuerda el Rector, Sergio Martínez Mendaro–. En la capilla mayor hicieron lectura de las actas, y nosotros mirábamos todo aquello con mucha expectación y con mucha ilusión. Ahora, veinte años más tarde, tenemos ya, por fin, la noticia de la beatificación”.
Durante todo este tiempo, mu-chos de los sacerdotes que en su momento llegaron a conocer a los jóvenes seminaristas ya han fallecido, y no quedan apenas testigos de aquellos años, “pero nos acordamos de ellos
especialmente en estos días”, señala Diego Macías. “Recuerdo especialmente cuando se trasladaron los restos de los Seminaristas Mártires al Seminario, en el año 2013, como un momento muy especial y de muchísima ilusión, en el que sentíamos que los seminaristas “volvían a casa”, con la capilla mayor repleta de sacerdotes, esperando por esta noticia que ya tenemos finalmente, y es que nuestros seminaristas mártires van a ser beatos”.
Una circunstancia que, si bien se ha celebrado en toda la diócesis, en el Seminario se vive de una manera particularmente intensa. No solo ahora: la presencia de los seminaristas mártires es una constante en la vida cotidiana en el edificio de Prado Picón, donde un cuadro enorme con los retratos de los jóvenes preside desde hace años uno de sus pasillos: “Desde que tenemos sus restos en la capilla mayor, siempre que pasamos por delante, bien sea a misa, a la exposición del Santísimo o a cualquier otro acto, los tenemos presentes, al menos yo siempre que paso tengo un recuerdo hacia ellos”, afirma Marcos Argüelles, joven seminarista de quinto curso. “Además, el día 7 de octubre, fiesta de Nuestra Señora del Rosario y día en el que fueron asesinados el grupo que murió en el 34, habitualmente hacemos una pequeña oración delante del monumento y solemos cantar el himno”.
Su legado
“Ante todo, eran chicos jóvenes que estaban buscando qué quería Dios en su vida”, explica el formador del Seminario, Diego Macías. “Eran alegres, en sus biografías podemos comprobar que les gusta divertirse, disfrutar con sus amigos, estaban en plena ebullición”. “También eran culturalmente inquietos –destaca–, alguno escribía obras de teatro, poesías… pero sobre todo, eran personas que vivían su fe en unos momentos convulsos y eso es para mí un acicate a tener en cuenta. Sabían a dónde venían, en el año 1934, cuando comenzaba de nuevo el curso en el Seminario. Sus familias les advertían de que era peligroso: el momento social y político estaba muy revuelto pero sin embargo ellos no se echaron para atrás, tenían ese discernimiento vocacional muy a flor de piel y nada les arredró. Estas características son propias de mártires”.
Para el actual formador del Se-minario, hay algo importante que destaca en la formación de estos jóvenes, “un dato que recoge el libro de don Silverio Cerra, que yo invito a todo el mundo a leer, y es que a los seminaristas de entonces se les formaba para acoger el martirio, es decir, ser conscientes de que en cualquier momento eso podría llegar y formaba parte de la vida cristiana. Hoy en día esto se lo dices a cualquiera y parece que asusta, pero es una característica hermosa de estos chicos”.
Sin embargo, el martirio y la clave de por qué la Iglesia quiere reconocer a estos jóvenes, proponiéndolos como modelos, puede inducir a confusiones o malentendidos. Así lo considera el Rector del Seminario, Sergio Martínez Mendaro: “Es muy fácil –afirma– en un momento de crispación social, relacionar estos hechos con la política”. Pero “estamos hablando de unos jóvenes que no tenían carnet ni afiliación política ninguna, solo iban a estudiar al Seminario para ser sacerdotes, en un momento convulso y difícil de nuestra historia. Cuando hablamos del martirio, de la persecución de la fe, estamos hablando de eso, no de otra cosa, porque es fácil interpretarlo desde otros puntos de vida y la Iglesia lo único que busca es significar el valor de la entrega por Cristo, que es lo que se ve en estos jóvenes”.
Unos jóvenes cuyo asesinato, sólo por el hecho de ser seminaristas, hizo que se convirtiesen en los protomártires del conflicto en España. “Esto tuvo una gran expansión por los seminarios de todo el país, y cuando se vivieron más adelante los momentos más complejos de nuestra historia, el resto de España miraba a Oviedo, que ya tenía seminaristas mártires que habían derramado su sangre. Otra peculiaridad de esta beatificación es que, si bien no son los primeros seminaristas mártires que son beatificados, sí que son el primer grupo exclusivamente de seminaristas que se beatifican, lo cual para nosotros también es un motivo de orgullo: son los nuestros, estaban en el Seminario y van todos juntos”.
El lema: “Siempre fieles”
“Es un lema que refleja bien el carácter y la personalidad que tenían estos seminaristas que van a ser beatificados. Y para nosotros, los seminaristas hoy, ante todo son un ejemplo de estar en el sitio donde Dios les llamaba y ahí mantenerse fieles, ante las adversidades, ante todos los problemas que surgieron esos años en el Seminario, en toda la diócesis al fin y al cabo. Y a nosotros nos dan ese ejemplo. A partir de ahora, fijándonos en ellos, también les podremos tener como intercesores, como personas que están cerca de Dios y a los que les podemos pedir para que nosotros también vivamos esa fidelidad, cada uno en nuestro tiempo, con nuestras circunstancias”.
Marcos Argüelles, seminarista de 5.º curso
El valor del perdón y la búsqueda de la reconciliación
“Yo rescataría un valor que todos han querido poner en alza, que es el del perdón y la búsqueda de la reconciliación. En la lápida de la capillamayor del Seminario, donde ahora están los restos de los seminaristas, hay grabada una frase que Sixto Alonso Hevia le dijo a sus padres: “Si a mí me pasa algo, ustedes tienen que perdonar”. A pesar de todo lo que se les viene encima, ellos invitan a perdonar.
Esto es de una grandeza inconmensurable, habla del valor de la fe vivido hasta el extremo, y recoge el espíritu de los Seminaristas Mártires”.
Diego Macías, formador de Seminario Metropolitano de Oviedo