Formó parte de la comisión histórica que se creó con motivo de la causa diocesana de beatificación de los seminaristas mártires de Oviedo. ¿Cuál fue su tarea?
La comisión debía valorar los testimonios que se estaban recibiendo a partir de haberse incoado la causa aquí en la diócesis. Debíamos valorar si todos los testimonios ofrecían un rigor histórico. Fue una experiencia para mí inolvidable, puesto que aunque la memoria de los seminaristas mártires estaba muy viva en el Seminario en mi época de estudiante, encontrarse de golpe con tantos testimonios y la voluminosa documentación que hubo, no sólo que leer, sino también meditar y valorar, y además compartir ese trabajo con Domingo Benavides, un sacerdote ya fallecido gran experto en Maximiliano Arboleya y en esta época, hizo que fuera una experiencia muy enriquecedora.
Los años 30 del pasado siglo fueron especialmente agitados en Asturias.
Realmente la agitación social y la tensión ideológica, marcada también por actitudes fuertemente antieclesiales y anticlericales, estaba en España desde unas décadas anteriores. Cuando uno mira a esa España de principios del siglo XX no puede olvidar por ejemplo la Semana Trágica de Barcelona, que ya en 1909 provocó entre otras cosas la quema de iglesias y conventos. En Asturias la conflictividad era mucho mayor, dada la situación que se vivía en las Cuencas, con grandes huelgas que venían ya desde principios del siglo XX y una sociedad muy tensionada por las relaciones patrones-
obreros. Por otro lado, en Asturias se vivía un momento interesantísimo porque había un gran trabajo social promovido por el entonces obispo de la diócesis, don Juan Bautista Luis Pérez, del que se decía que era en ese momento la persona mejor preparada en el tema social, un hombre muy imbuido en la Rerum Novarum que había estudiado en Roma con Maximiliano Arboleya, y que cuando llegó a Asturias, desde el principio empezó a promover un camino de acercamiento y respuesta a esa problemática social.
Quiero insistir en esa figura porque desde sus comienzos trabajó por instaurar en la diócesis un talante de honda preocupación por el tema social y la conflictividad que se vivía en Asturias. Cuando llega a la diócesis, en el año 1922, en la recepción oficial que se le hacía al obispo, estaban invitados –lo cual ya revela un estilo desde el principio– representantes de la Casa del Pueblo, de la federación de sindicatos, etc. y a la hora de distribuir limosnas con motivo de la toma de posesión, tal y como entonces era tradición, no discriminó a nadie.
También ha investigado los fondos vaticanos correspondientes a esta época.
En el recorrido que voy haciendo como historiador, me centro en temas de la diócesis, algo prioritario para mí y también pienso que es mi manera de colaborar con la vida diocesana. Después de esta experiencia de la comisión histórica, me parecía muy interesante conocer lo que había llegado a Roma de esa época y cómo se veía allí. Hay que tener en cuenta que los archivos vaticanos están empezando a abrir ahora esa etapa, por lo que hace unos años esto era desconocido. La documentación que tienen es muy interesante, y hay una parte específicamente relacionada con el 34 en Asturias. Respecto a esto, tienen fotografías de cómo quedó la ciudad de Oviedo, donde se recogen los edificios más emblemáticos. Está también una interesante correspondencia enviada desde aquí de Maximiliano Arboleya, informando a Nunciatura, y de ahí a Roma, explicando cuál es la situación, hay un informe de todos los edificios dañados, incluso su valoración.
¿Cuál fue la reacción de la Santa Sede ante a estos acontecimientos en Asturias?
Fue una gran conmoción en general. La documentación, como toda documentación diplomática, no refleja sentimientos como pueden ser los testimonios personales de la gente, pero sí que aparece esa honda preocupación, ese dolor por lo que ha ocurrido en la diócesis, donde además se da la circunstancia de que, entre el 5 y el 19 de octubre se produce la revolución en Asturias y donde no sólo son asesinados los seminaristas, sino también otros sacerdotes, como el Vicario o profesores del Seminario. Además hay que tener en cuenta que el obispo de la diócesis estaba en una situación de enfermedad terminal, de hecho, fallece el 6 de noviembre. La situación en esos momentos era de una diócesis destrozada, descabezada, con sufrimiento y una sociedad asturiana con una confrontación enorme.
La memoria de los Seminaristas Mártires ha estado siempre muy presente a lo largo de todos estos años.
Su memoria ha permanecido siempre muy viva en Asturias, y especialmente en el propio Seminario. Ya en el año 35 se dedica una revista de ámbito nacional y se recogen los testimonios de lo que ha ocurrido en el 34. Es muy curioso porque además alguno de los compañeros de estos seminaristas fallecidos les dedican alguna poesía, y hacen una reflexión muy seria de lo que es el martirio y lo que significa. Incluso recogen la circular que el obispo envió desde el lecho de muerte, desde donde se encontraba, en Madrid, transmitiendo su pesar pero sobre todo exhortando al perdón. Luego, en el año 59, con motivo de los 25 años se publicó un libro “Jubileo Martirial”, y en general la memoria siempre ha pervivido. El hecho de que finalmente llegue esta beatificación es un acontecimiento diocesano muy importante y largamente esperado, sentido y deseado, desde que sucedieran los hechos, hace ya 85 años.
Nos encontramos con la dificultad de transmitir bien qué significa el martirio y la beatificación de estos jóvenes, para no dar lugar a malas interpretaciones.
Yo me atrevo a pensar que si por algún motivo se fue retrasando esta beatificación, es porque siempre ha existido el temor de que pudieran tener una interpretación política. Tenemos que ser muy conscientes de que lo que hay que recoger fue lo que en el mismo año 34 se propuso, que fue el testimonio. El testimonio de quienes fueron fieles, de quienes eran conscientes de la situación social que se vivía en España y en Asturias concretamente, porque el Seminario no era ajeno a una realidad social. Ellos mismos, los seminaristas, procedían, en algunos casos, de zonas donde la conflictividad era muy grande. Su testimonio nos invita a tener presente lo que es el martirio cristiano, que se parece a Cristo: que muere perdonando sin tener odio en el corazón, ni sembrar odio, ni dejar como estela odio, sino al contrario.