La palabra jubileo tiene que ver con la trompeta el Shofar; un instrumento de viento que produce un sonido similar al del trombón, y que suena para anunciar su inicio tal como se menciona en el libro del Levítico. Se confecciona, preferentemen-te, del asta de carnero. No es de extrañar que sea así, dado que el pueblo de la Biblia se dedicaba principalmente a la cría de ovejas, y éstas aparecen a menudo en los textos sagrados como figura princi-pal de muchas actividades cotidianas y numerosos significados: el chi-vo expiatorio, la sangre del cordero en las jambas de las puertas, el Cordero de Dios. La práctica del Jubileo siempre ha estado vinculada a la venida del Mesías que, según los Profetas, viene a inaugurar el “año de gracia del Señor”. El cuerno de carnero utilizado para anunciar el comienzo de ciertas fiestas sagradas, es la base de la palabra «Jubileo».
El sonido de este instrumento está vinculado a episodios destacados de la histo-ria de la salvación: desde el sacrificio de Abraham hasta la promulga-ción de los Diez Mandamientos. La fe de Abraham Según la tradición, se tocaba un cuerno de carnero para con-memorar la fe de Abraham en el monte Moriah, cuando el Patriarca no eludió el sacrificio de su hijo Isaac. Un carnero atrapado con sus cuernos en un arbusto era, en efecto, señal de que Dios había aprecia-do su obediencia. Un sábado de 12 meses El sonido del cuerno anuncia otra gran solemnidad de la Biblia: el Jobel ) יוֹבֵל ). Esta palabra significa literalmente «carnero». Según la prescripción contenida en el capítulo 25 del Libro del Levítico, cada siete semanas en el año quincuagésimo, la «trompeta de aclamación» debía sonar para proclamar un «sábado» de doce meses de duración en el que la tierra debía descansar, las deudas debían ser perdonadas y las propiedades devueltas a su dueño original. El mensaje del Jubileo es extremadamente importante. Desea abrir caminos de comunión en una triple dirección: hacia Dios, hacia los demás, hacia la tierra en la que se vive y se recibe como don. Es un abrir procesos a fin de poder construir una existencia digna con un mínimo de tierra que hoy diríamos: trabajo digno. En la antigüedad la tierra, la agricultura, era la principal fuente de sustento.
Así que todos tenían que tener su parte. Y si a lo largo de los años alguien se enriquecía y otro se empobrecía, el Jubileo servía para reordenar las cosas, a fin de que todos volvieran a empezar con las mis-mas posibilidades. Otro aspecto importante era la liberación de los esclavos. En el libro del Levítico se indica con toda claridad que «Si tu hermano que está contigo cae en la pobreza y se vende a ti, no le dejes trabajar como esclavo; que esté contigo como jornalero, como arrendatario. Te servirá hasta el año del jubileo; entonces se apartará de ti con sus hijos, volverá a su familia y retornará a la propiedad de sus padres. Porque ellos son mis siervos, a quienes saqué de la tierra de Egipto; no deben venderse como se venden los esclavos”. Es la invitación que se nos hace, como palabra del Señor, a poner todo a cero, es decir, que cada uno vuelva a su situación original de libertad. El jubileo tiene, por tanto, una honda dimensión social que su práctica produce una profunda alegría y es de gran actualidad. Hace referencia a la protección de la creación de la que el hombre y la mujer son custodios. La tierra no nos pertenece. Nos ha sido regalada. Pertenece al Señor que decide cómo darla y siempre con justicia. Este modo de proceder tiene sus raíces en el acontecimiento de lo gratuito y que, más allá de los sistemas organizativos y de pro-ducción de los que toda sociedad no puede prescindir, existe ese «más» que los trasciende a fin de que se pueda vivir con la mesura de los hombres libres. La afirmación de que el mundo es un «don» y que en él estamos hospedados, trasciende, sin embargo en el mensaje bíblico, el mero conocer de saber que todo es gracia y he de estar agradecido por lo que me es dado.
Trata de tocarnos en lo profundo del corazón invitándonos a ser solidarios: porque esa gratuidad o desinterés, se hace manda-miento, enseñanza a seguir y se concretiza en “imítame y sé lo que soy yo”. La afirmación revelada de que la tierra es de Dios y en ella el hombre es un huésped, un inquilino, muestra su significado último. El amor gratuito ha de marcar las relaciones con todo lo creado. En lo creado, el hombre es acogido para que, a su vez, acoja a los demás. El término que, en la Biblia, corresponde a la subjetividad hospitalaria es zedaqah (צדקה†), justicia, categoría que, para G. von Rad, constituye la columna vertebral del Antiguo Testamento.
Este tiempo, con el cuádruple mandamiento de no trabajar la tierra -dejar que los pobres se alimenten de lo que florece espontáneamente en ella, liberar a los esclavos, devolver la tierra y las casas a sus propietarios originales y, con énfasis cristiano, perdonar a los enemigos, es un manera de recordar y encarnar el principio de justicia en el que, según la Biblia, se basa el mundo y sin el cual amenaza en cualquier momento con volver a caer en el caos, en el tohu-va-bohu que precede a la creación.
El problema del hambre en el mundo no puede resolverse a menos que se deje de considerar los alimentos como propiedad inalienable, y se reconozcan como un regalo que se recibe, que uno debe agradecer y al que otros tienen el mismo derecho. La escasez no es sólo un problema económico, es un problema moral y social… es necesario que haya una fuente de desinterés a fin de para los seres humanos coman; tengan acceso a una vivienda digna, un trabajo para vivir con honradez, una tierra para cuidar y no explotar y, todo ello, como fruto de que es un don de Dios que es su creador y Señor. Hacer comer a quien tiene hambre requiere elevación espiritual…y, a la inversa, alimentar al mundo es una actividad espiritual.