El Papa no vino nunca a España mientras yo fui presidente de la Conferencia. Aquel viaje que hizo Juan Pablo II en el año 1982 era para toda España y a mí como Presidente de la Conferencia Episcopal no me parecía correcto pedir que además viniera a Oviedo. No es que me opusiera, ni mucho menos, pero puse más interés en que fuera a otros sitios y resultara más equilibrado.
Cuando cesé de Presidente, y ocupó el cargo Suquía, éste tuvo la amabilidad de comentarme que el Papa volvía a Santiago en 1989 para una Jornada Mundial de la Juventud y que si me interesaba que propusiera que parara en Oviedo. Yo le dije que estaría encantado.
Cuando acompañé al Papa primero a Santiago, en aquel viaje, mi pena era que el Papa tenía fiebre, estaba griposo. Hasta se llegó a dudar de si parar en Asturias o no, pero el Papa dijo que había que hacerlo.
Estando en La Morgal, al principio de la misa, el padre Tucci, jesuita, hoy cardenal, y que entonces dirigía el viaje, me dijo: “Don Gabino el Papa no está para ir a Covadonga, está febril”. Sin embargo, al final de la misa, me comunicó: “Vamos a Covadonga, el Papa ha mejorado”.
Una vez allí, llegamos en helicóptero hasta Cangas, y allí cogimos un coche. Según íbamos llegando, comenzamos a ver la Basílica, y Juan Pablo II me cogió del brazo y me dijo: “¡Qué lugar tan hermoso!”.
Llegó realmente enfermo, arrastraba las piernas, y recuerdo que yo le llevaba casi del brazo hasta su habitación. Le dije: “Santo Padre, usted no baje a cenar, le traerán aquí la cena”, y él me dijo: “Muchas gracias”. Se veía que estaba realmente mal.
A la mañana siguiente, sobre las 7, le dije a una religiosa: “Hay que prepararle el desayuno al Papa para subírselo a la habitación”. Y me contestó: “El Papa ya ha desayunado hace horas, y ha estado mucho tiempo rezando en la cueva”. O sea, que había dormido 4 ó 5 horas, y estaba espabilado del todo.
Recuerdo que, una vez comenzaron los actos oficiales, estuvimos haciendo oración delante de la Santina, de rodillas. Estaba el Príncipe de Asturias, el Delegado del Gobierno, el Presidente del Principado… Había unos minutos asignados a esa oración, pero resultó que el Papa no se levantaba, y prolongó aquella oración mucho más de lo establecido. Llegó un momento en que la gente no sabía qué hacer, y don Estanislao, el secretario, me dijo: “Dígale que hay que seguir”. Y yo, que estaba de rodillas detrás de él, me levanté y le dije: “Hay que seguir”, Él me miró como saliendo de un sueño y me dijo: “Hay que seguir”.
En tantas ocasiones como tuve de estar con él, siempre vi que era un hombre de fe, y un hombre de fe a lo polaco, o sea, incombatible, firme, acostumbrado a la lucha, pues él había vivido una opresión alemana muy dura, y otra rusa, muy dura también. Al mismo tiempo, en su fortaleza, siempre demostró una gran serenidad, incluso en momentos de nerviosismo o intranquilidad, fruto de su gran reciedumbre espiritual, con una gran entrega a la Iglesia y al Evangelio. Su presencia y su ejemplo siempre me edificaron. Era algo patente. La devoción a la Virgen era fundamental en él. Ese “Totus tuus” que tenía por lema lo vivía a cada momento. Era una entrega total en menos de la Virgen y recurriendo a ella siempre. Y su otro pilar, la Eucaristía.
D. Gabino Díaz Merchán
Arzobispo Emérito de Oviedo